viernes, 3 de febrero de 2012

unas horas en arequipa


 Cuando amanece a las cinco y media, estamos bajando el pedregoso desierto hacia Arequipa. Sólo piedras y cactus, y luego las casas polvorientas de los arrabales y la cementera. Las casas de ladrillo dejan esos flecos de hierro para, quizás algún día, hacer otra planta. Todo feo y sin un solo árbol bajo la lluvia. Fábricas y obreros esperando en las esquinas como putas.
En la estación se agradece una cara conocida. Miguel ha abandonado su combi para esperarnos y ahí está sonriendo con su pelo largo y rizado y sus enormes patillas. Un francés quemado por los setenta soles que le cobraron sólo por bajarse en Chivay, se acerca a compartir taxi, que es un tico, los más pequeños y baratos. Después también se añade al desayuno. Su novia y otra pareja hacen la misma ruta pero en hoteles de cuatro estrellas. Parece que hay algo más que esos setenta soles para quemarlo. Yo me pido una Kola Escocesa, una cola local, de la que no tengo la chapa, me sabe a zarzaparrilla. La etiqueta está serigrafiada.

Hacemos una visita rápida por Arequipa, estamos cansados y a las cinco de la tarde nos vamos con Miguel a Chivay. Miguel le da un tono arquitectónico. Nos enseña bonitos patios y edificios chulos de los cuarenta y cincuenta. Arequipa, la ciudad blanca, tiene un aspecto más limpio y colocadito, más burgués que el resto de lo visto, como Sucre en Bolivia. Parece ser que esto de ciudad blanca le viene por su población de origen español y no por el color de los edificios por su blanca sillería, la ciudad de los blanquitos, la ciudad pija. Un alcalde partidario de la otra teoría ordenó picar la mampostería de las casas para que todas enseñaran su piedra blanca, perdiéndose algunos frescos valiosos.
La plaza sigue espléndida con su prado grande y enormele, rodeada de arcadas en dos plantas, excepto la cara de la catedral, que la ocupa entera. Comemos en un chifa, mucho, bien y barato, y luego nos subimos a la terraza de un café en el tercer piso de la plaza. Un mate de coca con vistas del copón.
Otro tico a la estación. En la rampa 10, la nuestra, están amontonando cajas de cuyes para la bodega de nuestro bus. Son animales simpáticos que dejan de serlo cuando cumplen un año. Los hay color canela y blancos y canela, tienen forma de cacahuete. Nosotros los llamamos cobayas o conejillos de indias. Y, al ser un herbíboro, es un animal de rica carne. Dibujo unos cuantos. Si te acercas mucho, notarás que no huelen muy bien.


Hay gente por los pasillos durmiendo, pero la patrulla de toleransia sero no le da importancia. Enseguida anochece y no podemos ver lo que aquí llaman pampa, donde aún quedan vicuñas. Empieza a llover y los cristales se empañan. no vemos ni patata. Miguel nos señala un grupo de luces que están muy lejos, muy abajo, eso es Chivay. Renato nos espera con el uniforme de Aecid para que no nos cobren la entrada. Como llueve, los controladores se han ido a casa.
Es la Agencia Española de Cooperación Internacional y ayuda para rescatar el patrimonio, en este caso del Valle del Colca, con financiación del Estado español y en colabolación con las instituciones peruanas. Aquí especialmente con AutoColca, que pretende el desarrollo turístico de la zona y es quien pone los controladores para que toda persona que entre con fines turísticos al Valle compre un bono de setenta soles. Aecid, para quien trabaja Miguel, nos ha acojido de maravilla. Nos han dado una casita y nos han ofrecido sus instalaciones. 
Aquí trabajan Cristina, historiadora de arte de Granada que hace un trabajo de investigación sobre las culturas del Valle, y Renato, o Rena, arquitecto, que han formado un grupo chulo con Miguel. Cenamos lo que nos prepararon, en su casita. Nosotros sacamos el jamón y la morcilla y chorizos patateros que nos trajimos del pueblo. Los ojos les brillan. Hablamos de todo un poco y quedamos temprano para hacer mañana una excursión en la combi de Aecid. Hasta mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario