lunes, 28 de febrero de 2022

los millares de vuelta a casa

Desayunamos y nos largamos dejando la llave bajo el felpudo, ya que Silvia finalmente no ha venido. Tenemos cita a las 11 en el yacimiento arqueológico de Los Millares, muy cerca de Almería. Este lugar, excavado por primera vez por Luis Siret en el siglo XIX, es un yacimiento donde se encontró una gran ciudad del Calcolítico, Edad del Cobre, que llegó a tener 1500 habitantes y se mantuvo activa durante un siglo, del 3200 a 2200 aC. Todos los últimos domingos de mes hay visitas guiadas, posible solo haciendo antes una reserva.

Mientras la guía nos explica en la sala de recepción yo tomo apuntes en mi cuaderno y hago dibujos sencillos de las piezas, fotos y esquemas expuestos en la sala: de la ciudad con sus tres murallas, de los fortines, de las casas y túmulos, cerámica encontrada en el lugar y al propio Siret al lado de uno de sus croquis. Terminamos aproximadamente a la una. Seguimos las indicaciones de Google Maps hacia Puertollano, con paradas en el precioso pueblo de Alboloduy, donde cogemos unas cuantas plantas raras, y en un bar a tomar unos bocatas y café. 

La máquina nos desvía por Almuradiel. Paramos en el embalse del Fresneda, ese extraño río que pasa varias sierras para desembocar en el Guadalquivir, ya con el nombre de Jándula. En Puertollano. Mariví nos espera postrada con una coraza de fajas que la inmoviliza. Juanrique nos regala un vino de esos que hace su amiga de Peñafiel y unos chorizos de venado.

En Bolaños celebran el Carnaval a tope, y todos los bares están llenos. Vemos algunos mascarones dando voces e incordiando con el no me conoces. El sótano de La Buhardilla está a reventar. En Bolaños se acabó el COVID, nadie usa máscaras excepto los disfrazados. Compramos unos montados para cenar en casa. Aunque está muy fría, nos refugiamos en una habitación con aire caliente. Évole hace una entrevista en la tele y yo me quedo frito.

domingo, 27 de febrero de 2022

un día gris y algunos bares


Desayunamos mientras llueve y oímos el estruendo de las olas. En la playa, el agua se llenó de cabecitas negras que esperan las olas para cabalgar sobre ellas. No es día de pasear. Tomaremos una caña en El Cinto, de Rodalquilar. Que Lola nos alegre la vida. 

Otra vez ese espectáculo al llegar a la punta de la cuesta del mirador de las Amatistas, al caer sobre el valle de Rodalquilar. Aparco en el arcén y subo a un cerro a la izquierda para dibujarlo rápidamente, para recordarlo. El pueblo tiene ese aire marciano que le dan esas extrañas plantas que salen de los rincones de las casas. Tan marcadas sobre las paredes blancas. Pareciera que en cada casa vive un artista. 

Desgraciadamente El Cinto está cerrado y la brasileira de la plaza ya no existe. Encontramos un bar restaurante llamado Samambar, con un toque de Malasaña con chimenea. La terraza es normalita a excepción de que sobre cada mesa hay un limón. Parece que apuestan por lo ecológico y sostenible (cuando lo único sostenible es que no existamos). Lo malo es que, por lo que veo, todo es materia prima, sin elaboración, y pueden verse comensales felices pelando habas crudas comiéndose las semillas Nosotros pedimos burrata con rúcula y anchoas de Santoña, que venden como un plato, y sin embargo recibimos cuatro anchoas en aceite en un plato, otro de rúcula y una bolsa de burrata de búfala en otro distinto. Y apáñate como puedas. Con una caña con cuatro aceitunas por 2,50 euros. No entiendo el precio tan elevado. Estos sitios son los que hacen pensar que el discurso de lo sostenible es un invento comercial para engatusar pijotontos.

La vuelta tiene el encanto del paisaje bajo la lluvia. Cómo las últimas capas de montañas se van fundiendo en la niebla. Tomamos la última copa de vino en La Abacería. Jorge saluda simpático. Me comenta que ha rulado mi dibujo como si me hiciera un favor. Gema está limpiando los cacharros e Iván se está cambiando para largarse. El secreto nos lo ponen hervido u horneado con agua, blando, deshilachado. Una pena, con lo rico que está a la brasa o incluso a la plancha. El vino de Almería me gusta. Hago el último dibujo. Uno quisiera tener un lugar así cerca de casa. Con este sol y el rugido de las olas.

Como no para de llover y hace un viento frío por las calles, nos volvemos a casa a tomar un té y mirar desde el balcón el espectáculo de los surfistas de la playa. Por la noche, hago una tortilla de habas. Llenamos las bolsas con nuestros trastos y llamamos a Silvia para decirle que mañana nos vamos temprano, 

sábado, 26 de febrero de 2022

el otro lado del parque





Se despierta un día ventoso y nublado. Las olas rugen. Desayunamos a lo grande y cogemos la carretera hacia el cabo de Gata y su faro. Paramos en la salinas para ver los flamencos metidos en una casilla de madera de estrechas ventanas construidas para observarlos. Ellos ni se dan cuenta. Mantienen la cabeza dentro del agua, y solo algunos la sacan cuando una bandada de numerosas gaviotas dan un poco por culo. Al otro lado de la carretera hay una larguísima playa de pequeñas chinas cuyo final no llega a verse. Paramos para ver la torre picuda y el antiguo cine del pueblo de los salineros, para tocar sus podridas tablas con tonos verdosos, azules y naranjas.

Llegamos hasta el faro. Allí abajo el impresionante arrecife de las Sirenas, que emergen como estatuas de hierro oxidado, y más abajo aún, por el camino hacia Mónsul, cala Arena, una cala nueva para nosotros desde la que se ve el Cerro de la Vela Blanca. La playa es pequeña, de unos 55 metros de longitud, de arena muy fina y dorada. Si caminas por el agua hacia adentro tardarás mucho en que te cubra. Pero lo más flipante es todo lo que lo rodea, formaciones volcánicas columnares hexagonales, de las que el viento y el agua ha ido desprendiendo adoquines que luego se han redondeado, y permanecen ahí, amontonados, como esperando una obra. El suelo que se pisa en la senda es una roca que parece enlosada con hexágonos. Este fenómeno proviene de la elevación de una lava densa que se ha enfriado. Cojo unas cuantas piedras curiosas formadas hace millones de años.

Bajamos la serpenteante carretera hasta la Almadraba, un barrio-pueblo surgido alrededor de la almadraba de las salinas. Allí, en la terraza de su bar Las orillas del mar Almadraba, logramos lo que estábamos buscando: una cerveza en un lugar tranquilo, sin viento, mirando al mar y acariciados por el sol.

Aparte del atractivo de lo nuevo, diferente y bello que pueda aparecer en un viaje, son muy importantes los momentos en que, por una concatenación de variables, nos sentimos especialmente a gusto. Tengo amigos que viajan buscando la rutina de esos momentos. Saludar al mismo camarero, beber una cerveza bajo los soportales observando la vida de una plaza, mientras se oye una marimba. En fin, alargar la felicidad. Nuestros grandes momentos en el Parque se dieron en la visita a la oliva milenaria de Agua Amarga y en el bar de la Almadraba. Esos fueron los momentos a alargar infinitamente.

Visitamos el extraño puerto de Cabo de Gata pueblo, que es la propia playa llena de barcas, como si alguien hubiera abierto el tapón, poleas de madera para sacarlas del agua y chabolas de distintos materiales y de cuyas paredes cuelgan mogollón de cachivaches para la pesca. Cosas para flotar y cosas para hundirse. En un chiringuito intentamos repetir la experiencia, pero el viento nos la arruina. El viento es nuestro enemigo.

Tomamos el café en San José. En El Duende nos sentamos junto a los ciclistas que encontramos en el Playazo. Nos saludamos. Romain, Gaetan e Ilya, su perrita, recorren España con unas bicis que tiran de unos remolques ligeros. Romain tiene un perfil para dibujar: una prominente nariz aguileña y la cabeza afeitada, con una reserva en la parte de la nuca, con una pequeña coleta. Es muy simpático y su bici es como un camión-bicicleta de cuatro ruedas donde él va sentado en un sillón. Gaetan es más agitanado, con ojos pequeños y los brazos completamente tatuados, se pasa el tiempo llamando a su perrita. Su bici lleva un carrito de bebé detrás, donde lleva a Ilya. Naturalmente, los dibujo. Y también a Asia y Gustavo, que se sorprenden con el parecido y la rapidez con que los inmortalicé. Me gusta San José porque siempre se encuentra a gente curiosa, dice Gustavo.

Descansamos en casa, tirados en el sofá oyendo el rugido de las olas. Yo trato de poner orden en mi cuaderno rellenando huecos con palabras pequeñas de tinta negra. Beni se cubre con una manta ligera y empieza a cerrar los ojos. Todavía huele a las naranjas que trajimos de Bolaños.

Para la cena quisiéramos repetir la experiencia en la vinoteca Abacería, para convertirla en nuestro bar favorito para las noches; pero está a tope y una cola de turistas de finde espera en la acera de enfrente.

Cenamos un pizza en Il Brigantino, un lugar tan grande que recuerda a un salón de bodas. La pizza de la casa no está mal para ser una pizza. Me entretengo dibujando mesas y sillas mientras unos niños cantan el cumpleaños feliz. La señora corretea de una mesa a otra y no puedo pillar su silueta con su enorme culo. Mejor, porque luego curiosea en las páginas y tengo que ceder. También lo hago con los vecinos de mesa, que el otro día también salieron en el dibu de la Abacería, según me cuenta ella con el acento ese de Doña Croqueta.

viernes, 25 de febrero de 2022

fotos antiguas del cabo de gata

Faro del cabo de Gata en 1930

Agua Amarga en 1951

La Isleta del Moro

Rodalquilar en 1953

Barbería de Rodalquilar en los años 50

Construyendo la carretera vieja en 1955

Fundición de la mina de Rodalquilar en 1956

Los surtidores de Rodalquilar en 1957

Mina de Rodalquilar en 1960

Procesión en Rodalquilar en junio de 1960

Agua Amarga

Agua Amarga

Barca salinera varada

Salinas de Cabo de Gata

Casas de los salineros

Astillero en el barrio de las Salinas

Salineras

Playa de Agua Amarga en 1978

La Mesa Roldán en 1980

Fuentes: VerPueblos
               CulturAndalucía
               ImágenesParaMirar
               DeGata
               Facebook


jueves, 24 de febrero de 2022

los escullos, la oliva milenaria y agua amarga




José Manuel, un viejo pescador, nació aquí en Los Escullos y aquí vive desde entonces, en una casita junto al castillo de San Felipe. Los del Parque han cerrado la puerta, hay poco que ver, un patio y unas cuantas habitaciones vacías, me dice. Él es de los que piensan que las restricciones del Parque Natural son malas para la economía. Piensa que los pueblos serían más grandes y tendrían su propio médico.

Paseo por las extrañas formas de las dunas oolíticas fósiles de Los Escullos. Esa especie de colmenas y otras filigranas de piedra que el agua y el viento tejen. Olor a algas y un ruido estruendoso del golpear de las olas.

Camino de Agua Amarga, paramos en el mirador de la Amatista para ver la costa zigzagueando para fundirse en la niebla. Esas grandes piedras como de hierro oxidado rodeadas de espuma. El valle de Rodalquilar especialmente hermoso tan verde en esta época, y con tantas flores amarillas. Una caldera rojiza espolvoreada de verde. Su castillo del siglo XVI, el Playazo, donde pasean los habitantes de las autocaravanas y de las tiendas de ciclistas, y el castillo de San Ramón, del siglo XVIII.

Entre La Joya y Agua Amarga, frente al kilómetro 6, a la izquierda, cogemos la rambla de Viruega hasta el famoso olivo milenario. Impresionante, de nueve metros de altura y un tronco, fruto de la unión de dos distintos, solo abarcable entre cuatro o cinco personas. Es una oliva silvestre, un acebuche de entre 1500 y 2000 años. El lugar, verde y hundido, resulta muy agradable. Aguantamos. Me hubiera echado un cigarrillo, pero el pariente de la moto solo tiene de liar. 

Paseamos por la playa de Agua Amarga hasta las cuevas-vivienda. Oh, esta luz siempre. Enfrente, el domo volcánico de la Mesa Roldán, que tuviera vías de bajada, torre de vigilancia y faro. Paseando por sus calles blancas vemos las tiendecillas de moda que abren todo el año. La dueña de una de ellas, de mirada desafiante y vestido de lana rojo, poderosa, decidida, llama mi atención y la dibujo. 

Tomamos vino de Almería en la vinoteca El Descorche, en la plaza, con tapas frías y un ambiente envidiable, y luego comemos en la terraza del restaurante Ole-aje un pez de roca a la brasa, fresquito, con un ribera, y rodeados de gatos. La sobremesa consiste en una discusión con el camarero empeñado en cobrarnos más de la cuenta. Finalmente cede y acepto sus disculpas.

Beni recuerda la primera vez que vinimos a la mina de Rodalquilar. Esa nave destartalada, junto a la iglesia, llena de pequeños sacos llenos de polvo y seleccionados por colores; muchos de ellos abiertos y pisoteados. Ahora pienso que era arcilla.

Las ruinosas casas de los mineros nos recuerdan las ciudades bombardeadas, las sirenas sonando en Ucrania. A pesar de la belleza de este valle, quizás lo más hermoso del Cabo de Gata, no puedo olvidar a los soldados rusos avanzando, los atascos de los coches intentando huir, a los niños llorando en los refugios. Una vieja película que se repite. Otra guerra. Ahora en Europa, aquí mismo, en casa. La locura.

miércoles, 23 de febrero de 2022

los genoveses, la isleta y san josé



Mientras Beni duerme, el sol empieza a levantarse de la línea del agua. Naranja, rojizo, luchando entre las nubes. Bajo a comprar café y desayuno en la terraza ante el espectáculo y luego abro las ventanas para que Beni lo disfrute. Cojo los tubos de color y pinto, groso modo. las vistas hacia el puerto.

Después de sendas magdalenas, caminamos hacia la bahía y playa de los Genoveses por el sendero del molino de viento. Tropezamos con mogollón de piedras volcánicas y, desde arriba de un alto cerro, pinto la larga playa. Paseamos mirando conchas y hermosas piedras redondeadas. Algún perro lucha contra la enorme flor de una pita ya seca. Los habitantes de las autocarabanas que durmieron en el parking se pasean entre las dunas en pijama. Huele a algas, a mar. Dan ganas de inflar los pulmones hasta el máximo con este aroma.

Camino a la Isleta del Moro se nos hace la boca agua pensando en los calamares y los taberneros del bar La Ola; pero están de obras y no abren hasta marzo. Nos sentamos en la terraza del bar La Isleta, junto a dos holandeses que no entienden ni patata. Me preguntan cómo se llama mi tapa y le digo que es un pincho de tortilla. Theodor se lanza y pide dos tortillas, mientras me echo las manos a la cabeza.

El agua está brillando y apenas se la puede mirar. Se ven unas cuantas siluetas de barquitas y, al fondo, los picudos gemelos los Frailes. En otra mesa, unos parientes se han empeñado en un arroz caldoso que no existe en la carta y quieren que a la cazuela de la casa le echen arroz. El plato ya es bastante contundente y no lleva arroz, pero si ustedes insisten yo le pongo un puñao; no es su sitio, pero yo se lo pongo, les comenta la cocineraLos caracoles tienen una salsa increíble de habas, cebolla, tomate y jamón. El sol ha empezado a ablandarnos y va a ser difícil moverse de aquí.

Comemos en casa lentejas con calabaza. Tras una pequeña siesta, salimos a dar una vuelta por el San José viejo: la iglesia y el aljibe, Casa Pepe, el hotel Pakyta. O sea, el San José que yo conocí en los años ochenta, cuando el hotel parecía un caserío vasco, y Casa Pepe tenía una terraza cutre abierta con algún futbolín, si no recuerdo mal.

Tomamos un café en la cervecería El Pescaíto, mientras los guiris cenan rodaballo y mero del Parque Natural, les dice el camarero por 60 machacantes, con una ensalada de regalo. Le enseño el dibujo a Carmen, la camarera de detrás de la barra, que dice que la dibujé con cara de mala leche

Con la gente cenando alrededor, empezamos a sentirnos mal. Paseamos por la playa y, luego, aparcamos en el bar Abacería (algo así como colmado), un bar de vinos bastante colocado con tapas más elaboradas y tostas. Me bebo un tempranillo-cabernet-syrah de Almería con crianza de 6 meses que me recomienda Jorge, y que está bien, con un queso fuerte con pimentón de Canarias. Me entretengo dibujándo el local, sus parroquianos y camaretas. En primer plano a Mari, y detrás a Ivan, nacidos y criados en la zona. Un sitio muy agradable que me apunto.

martes, 22 de febrero de 2022

al cabo de gata


Desayunamos con Javi. Nos dice que le gustaría volver al yacimiento de Los Millares, que por eso se vendría.

Enseguida cogemos la carretera del Moral. Todo tan impresionantemente verde y los discretos almendros que se pusieron a presumir con ese blanco rosado que tanto llama la atención. Tenemos almendros por toda la Mancha, hasta llegar a las montañas de encinas de Sierra Morena. Nos deslizamos por esos viaductos volados cruzando montañas. Luego, un montón de olivas en tableros en Jaén. En Granada cogemos el surco del río Guadalbullón entre las montañas. Nos salimos en Iznalloz. Sierra Nevada tiene las cumbres blancas. Vamos en paralelo a la sierra hasta Almería, sobre esas montañas de yeso, cuyos cristales brillan con el sol. Me quedé sin batería en el móvil y cargo en la cafetería de la estación de servicio de J. Carrión, ya dirigidos a San José. Se empeñan en que tienen que ser dobles cervezas y dobles tapas. Dibujo su barra de acero inoxidable.

Atravesamos un montón de invernaderos de plástico hasta la entrada al Parque Natural. Unos senegaleses, subidos a las vigas de hierro como en la construcción del Empire, construyen nuevos chiringos de plástico. Tomamos un café en la cafetería La Plaza de San José. Los jubilados juegan al dominó. Hacen ruido intencionadamente al colocar las fichas. Gritan cosas como no quiero sentir ni una mosca, y dramatizan enfados.

Paseamos por la playa, sentimos el sol y la tranquilidad que siempre nos aporta este lugar. El Emigrante, aquel nombre de un bar a las afueras en los años ochenta donde cocinaba Pepe Luí los peces de roca que pescaban en el día, y luego apareció en un popular restaurante, ya no es nada. Murió Pepe Luí y con él El Emigrante. Ahora es un súper de Spar. Ramón dice que se hace mayor y solo quiere tranquilidad. Le pusísteis una calle a Jou, le digo. Sí, hace varios años. Jesús estuvo hace dos años, Rafa viene todos los veranos.

Cuando el sol ya solo ilumina las cumbres, subimos la ronda y nos metemos en una pequeña casa que nos han preparado. Desde aquí vemos los restaurantes del puerto y también su grúa. Apenas unos guiris se mueven como cansadas hormigas. Es como si el tiempo se parara y, a pesar de lo que ha cambiado todo, volviésemos a nuestro pasado. Un tanto manoseado y desconchado; pero pintado de nuevo.

lunes, 21 de febrero de 2022

un futuro apetecible

Creo en un futuro en el que el valor de tu trabajo no esté determinado por el tamaño de tu cheque de pago, sino por la cantidad de felicidad que transmites y la cantidad de significado que das. Creo en un futuro donde el objetivo de la educación no sea prepararte para otro trabajo inútil, sino para una vida bien vivida.

domingo, 20 de febrero de 2022

los últimos balleneros





La mayoría de los indígenas de la tierra, más de tres millones en total, afrontan el mismo dilema que Jon: adoptar un estilo de vida moderno o seguir fieles a sus tradiciones y quedar relegados en el mundo contemporáneo. La globalización ha comportado mejoras innegables en salud, educación y prosperidad económica para ciertos sectores de la población humana, pero al sumarse al mundo moderno, los pueblos aborígenes a menudo cambian modos de vida que armonizan con sus ecosistemas por otros que los destruyen, sustituyen mitologías propias por impersonales leyendas de Hollywood o Bollywood o Nollywood, y una identidad tribal muy cohesionada por una nacional de carácter vago o indiferente que por lo general aspira a subordinar sus vínculos tribales para asimilarlos al grueso de la población.

Esta elección supone todo un desafío y una lucha diaria para Jon y sus compatriotas lamarelanos. Ser ballenero o trabajar de obrero de la construcción; participar en una economía de trueque o monetaria; mantenerse fiel a las historias y creencias de los Antepasados o a las que se ven por televisión. La suma de sus decisiones y las de otros pueblos indígenas determinará en último término si la humanidad puede sustentar su míriada de identidades o si, al final, estas formas diversas de estar en el mundo acaban por extinguirse, convirtiéndonos en una masa homogénea tras diluirse todas las culturas en una monocultura capitalista.

Doug Bock Clark en Losúltimos balleneros, Libros del Asteroide*.

sábado, 19 de febrero de 2022

venus rayada

Es un proyecto de estampación de cerámica con plancha de poliester.
Usaremos una impresora de tóner profesional (negro en impresora de color). Mezcla superbatida de un óxido colorante con un poco de fundente, laca transparente como vehículo y aceite de lino (unas gotas). Se aplica con un rodillo en la plancha con agua de mojado y la plancha siempre húmeda. La superficie del barro siempre lisa para que tenga detalle y en superficie seca.

puzle4