sábado, 18 de febrero de 2012

cajamarca












Cajamarca (2750 metros) es una capital de provincia bonita, colonial, encerrada entre verdes y grandes montañas; pero huele a gasolina y está llena de humo. Su tráfico ruidoso es exasperante, nos irrita los ojos y el carácter. Las autoridades dedican muy poco a muchas cosas y el peatón es alguien sin derechos. Apenas si hay semáforos y los pasos de cebra nadie los respeta. Es, pues, caótica y fullera. Y la gente no muy respetuosa.
Hay gente muy urbanita y gente de la sierra, con esos aparatosos sombreros a los que no acabamos de acostumbrarnos. Ya de mañana ver una cola llena de sombreros, impresiona. Apenas si hay locutorios, ni cafeterías chulas, ni librerías (todas son papelerías-imprentas) y todo el mundo va de aquí para allá deprisa, como en Madrid.
Tiene un Museo Arqueológico muy chulo, que te enseña la directora por la voluntad, con unas instalaciones pésimas, en una casa semi en ruinas y todo amontonado. Quizás por eso me gusta. Con el material que tiene, en España harían cuatro edificios emblemáticos a ocho euros la entrada para albergarlo.
La catedral es chata y con poca presencia, se diría que han caído las torres o que no se pudo terminar. Parece ser que la Corona española pedía un pago por obra terminada y se dejaban a medias. San Francisco parece un modelo Exín-iglesias y La Recoleta tiene una presiosa cúpula con escaleras por nervios. Detrás hay una mujer que te hace fotos instantáneas por dos dólares que trabaja con toda la familia. Aquí es así: el hombre se va con la furgoneta y la mujer se va a currar con la madre y la hija, y embarazada de seis meses. Esta familia tiene montado el negocio en un banco de la Avenida de los Héroes. Allí están las tres sentadas hasta que llega un chaval de Siudarral que se quiere hacer la foto con el caballito. Ya os he contado como uno puede ver bebés sueltos por todo el mercado: entre las papas, en el suelo de la carnicería, o echando cosas al aceite.
Vamos al Baño del Inca (aquí todo es del Inca o de los Cóndores), que son unas termas plagadas y comemos de las cosas que hacen en los quioscos, como tortas, papas rellenas, rache y sandía, que aquí no son esféricas sino más bien oblongas, como grandes papayas.
Subimos al mirador de Santa Apolonia por sus escaleras sicodélicas y a punto estoy de terminar la vista panorámica si no se me gasta el boli y un tal Antonio Rodríguez, expolicía y cajamarqueño, no se hubiera puesto a mi lado a contarme todas las minas que se ven a lo alto de las montañas. Apunto sus nombres, que me suenan de las pintadas en contra con que se han llenado las paredes de la ciudad, sobre todo la mina Conga. Me cuenta que en el valle justo debajo quieren hacer un embalse.
Se ofrece como amigo y como tal que pregunte lo que dude: Entonces le pregunto por la manera de llegar a la antigua ciudad de Kuélap, que es en realidad nuestro afán. Intercambiamos señas y nos despedimos. Y Cajamarca se queda a medias.
En el último dibujo, aquello que más me ha gustado de este sitio: la relajada fuente de la Plaza de Armas, de 1692. Uno se imagina perfectamente la plaza como una explanada de cantos rodados gobernada por ella, justo en el centro. Sin tráfico, sin ruido, sin humo. El contrapunto del tono de la ciudad.





Para los seguidores incondicionales de este viaje por el Perú, vamos a regalar esta bonita imagen del autor sobre un caballo rebonito y fantasioso bajo la cúpula de la Iglesia de La Recoleta de Cajamarca. Es un regalo que el autor tiene bien ofrecer a sus simpáticos seguidores.

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