sábado, 4 de febrero de 2012

arequipa


Desayunamos en la balconada del hostal con vistas a San Francisco, la plaza, Santa Catalina y los nevados. Los tico juguetean sobre los adoquines brillantes mientras licuamos la leche concentrada con café. Rico mango. Callejeamos por el hervidero de Mercaderes y el Mercado de San Camilo, cuadra que fuera un monasterio castigado y hundido por los terremotos que sus moradores decidieron abandonar y salirse de la ciudad. Ahora es una bonita estructura metálica de columnas redondas amarillas y techo de calamina bien colocado. Desde las galerías laterales del segundo y tercer piso es un verdadero espectáculo. Dibujo la sección de papas, un verdadero caos de sacos y balanzas donde puede verse algún bebé perdido y el famoso chuño, que es el nombre que se da a unas patatas pequeñas y blancas deshidratadas. Se congelan arriba en la montaña y luego se secan al sol. Los que no tienen cultura de chuño dicen que están rancias. Hacemos una paradita en la sección de animales vivos, en la tercera planta, vigilada  por un señor mayor. Allí preguntamos por los animales y dibujo los más curiosos. Hay codornices mechadas, cuys o cuyes negros, café con leche, blancos, canela, blanco y negro, conejos peludos chatos y lánguidos de orejas largas y caídas. A la señora de las codornices trato de explicarle cómo son en España y ella me dice que eso es una gallina. Entonces pongo el puño en mis labios, inflo el carrillo y aprieto con el otro puño para imitar la godorna. Pero la señora no identifica el sonido. Fracaso tropical. También miramos especias, y me llaman la atención la pimienta de olor, mucho más grande, las petanas, el airampo y la ajipanca.



 Comemos regular por la zona y, para el café, nos vamos al Café y Vino, que ya visitáramos hace dos años, una taberna guapa en la galería del primer piso del primer patio del Convento de la Compañía de Jesús, un sitio hermoso en que contrastan los volúmenes simples sin artificio y la decoración labrada de los soportales. Lo dibujo. El bar es un poco caro, pero merece la pena. Es de un francés y una brasileña que vivió cinco años en Madrid. Se puede beber buen vino por copas. Y tiene WiFi. Vemos la iglesia de la compañía durante la misa. Un bonito cuadro del virreinato de Jesús de niño jugando con San Juan Bautista en la carpintería de su viejo, hacen cruces de madrera, su madre cose. Y una Santa Cena con la mesa redonda y justo en el centro una bandeja con un cuy chactado, que se queda plano por la presión de una piedra.
Dibujo al Santiago Matamoros de la puerta lateral.

 Hemos quedado con Miguel y Cristina en la Plaza de Armas. Nos esperan bajo la lluvia. Cenamos un anticucho (pincho de corazón de ternera) con papas y ensalada con fuerte vinagreta. Bastante bueno, en el Granada, muy cerca de la plaza.  Después vamos a la zona de San Francisco, cuyos patios están llenos de bares nocturnos. Bebemos pisco sour con música horrible en un bar con sillería y bóbeda de cañón. Después vamos al bar que han abierto en el hostal, ya que el vivo dijo que nos invitaría a un trago. Se llama el escondite de las monjas. Sillería pintada de blanco y adornos negros, pretendidamente pijo y caro. Las camareras visten de monjas en hábito de cuero y de cortísimas faldas, medias de red grande y zapatos de fino tacón. Nos invitan a unos chilcanos (combinados con pisco) mientras hablamos de comida española. Ellos se van después y nosotros subimos la escalera que nos lleva directamente a la piltra.


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