Está en un rincón de San Lázaro y en los paseos adoquinados del otro lado del Chili. En los callejones de geranios que acaban en el Misti y el sabor a regaliz de la cuzqueña negra. En las chacras del Alto Carmen donde los turistas tachan nombres y marcan planos sin parar en el disfrute. Tiene las casas bajas y las calles adoquinadas, y los bancos de madera verde sobre la Plaza de Yanahuara. Levanta castillos de fuego en Cayma en las vísperas de la Candelaria. Pausadamente se asoma a las terrazas de las riberas del Chili y se asombra de este oasis en medio de un pedregoso desierto. Más del Chachani que del Misti, más de la negra que la rubia cerveza, más hogareño que bullicioso, gusta de su negra Blanca de blanca sonrisa y alma blanca y se abre cálido con su torpe dulzura a caras viejas del Madrid lejano. Obsequia su sabiduría, su Arequipa de Sevillano, su ciudad blanca del otro lado del río donde Blanca sonríe, en el Cebillano de ceviches de morada cebolla y limón como lima imposible. Trae causitas rebozadas con aguacate palta, pulpo sabroso de salsas de aceituna, tiraditos apetitosos, arroz de mariscos. Trae una nueva vida en una tranquila ciudad en el otro lado del mundo donde no importa que llueva detrás de un pisco sour, de un orujo de la raíz de maca que el hombre llevó a la luna, de un refresco de coca que no es sino escusa para hablar y hablar del nuevo mundo.
Tiene el recuerdo de los amigos con el regusto de culantro y la angostura a la sombra de las altas palmeras de Yanahuara. Tiene calabazas verdes con forma de calabacín gigante y zapallos dulces de los grandes mercados, donde sigue forofo los rocotos que luego hierve tres veces hasta que se hacen delicia. Tiene ganas de una vida distinta y mejor, de la que disfrutamos un rato, intensamente, pues generosamente nos la ofrece.
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