sábado, 11 de febrero de 2012

por la panamericana, atravesando el desierto


 Me despierto por la noche. La viajera está parada y apagada, pero un aire fresco sube del piso inferior. Miro por la escalera, la puerta está abierta. Bajo. Una cola de buses parados y gente despistada. Las amarillas luces del pueblo, pero sobre todo la luna, iluminan una gran roca pelada y llena de aristas al frente. No puedo creer que esto sea real y lo etiqueto de sueño. Por si acaso, me siento en la barandilla de una escalera y lo dibujo.
Nos despertamos a las siete. Es pleno día y hace calor. El bus apagó el aire y se está mejor fuera. Un montón de gente anda por la calle como perdidos. Se hacen amigos, se juega a las cartas. A mí me recuerda aquel relato de Cortázar sobre un atasco en la autopista sur a París. Compro un paquete de Hamilton azul y zumo de naranja. Doy una vuelta y veo que estamos en pleno desierto con montañas de roca y grandes dunas de arena, pero que, por la bajada de agua de la sierra, hay valles fértiles y húmedos como oasis. Justo al otro lado de la valla de la carretera hay cultivos de arroz y al fondo otro pueblecito en la base de una gran duna.
Se especula sobre lo sucedido, se habla del desbordamiento de un río más adelante. La policía no deja pasar el puente. Esperamos. Los terremotos y desastres naturales han hecho pacientes a los peruanos.



Con ocho horas de retraso, llega el alborozo, el júbilo. Nos montamos deprisa y atravesamos el puente. Subimos las montañas de roca pelada de un color rosita. A lo lejos se ve el corte de la carretera que hemos de tomar. Los operarios recogen piedras de los derrumbes. Nuestro chófer hace carreras con el de Civa. Beni me agarra el brazo. La Planchada es un puerto minero disimulado bajo el polvo. Algún iluso ha plantado una palmera. Todos los pueblos son polvorientos y con algunos árboles cargados de polvo, los letreros apenas si se pueden leer. La gente se ha hecho marrón ya insensibles al polvo que levantan los camiones cargados de algas. En uno de ellos aparece el problema: el río baja bravo sobre la carretera. Un grupo de mozos empuja los coches para pasar y luego pasan la gorra. El autobús pasa sin problema.
Después de las rocas, dunas y dunas, y a veces huertos vallados donde no hay nada. Nasca con montoncitos de tierra óxido sobre el plano clarito, de un color crudo agrisado. Algunos más rojizos, casi anaranjados. Nos sentimos en Marte. Aquí hay unas extrañas figuras de animales y un mirador de madera. En realidad hay que coger un avión para verlas. La panamericana atraviesa el rabo de un lagarto.
Paramos para ir al baño. Comemos escabeche de pollo, lo mejor: la cebolla. Los perros se asoman en el tejado. Un río de barro sobre Ralpa. Santa Cruz. La autovía en Chincha, ciudad de afroperuanos. El polvo se hace niebla y anochece. Lima cansados. Otra vez en casa de la familia Rodríguez en la Plaza de San Martín. Como estar en casa. La señora está sola. Echamos en falta a la dulce Margarita. Nos duchamos y nos metemos en el sobre debidamente certificados hasta otro día.




Podéis ver el colibrí de Nasca, ampliando al máximo en google maps: nazca lines, ica, perú.

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