jueves, 9 de febrero de 2012

copacabana

 Ya de temprano me siento en las aceras para dibujar la cola del banco y los comerciantes de artículos religiosos montando sus tenderetes frente a la Basílica de Copacabana. Llega la señora de cuyo sardinel me he adueñado y me dice que aguante qué bonito parese una foto hasta que empieza a colocar prendas en el toldo y me tengo que cambiar de sitio.


Vuelvo ya con Beni y vemos la sala de las velas con sus paredes negras llenas de hermosos dibujos infantiloides de los pedidos a la Virgen, hechos en cera,  fundamentalmente vehículos, casas, amor y salud, por ese orden. Sería lamentable que saliera adelante el proyecto de una nueva sala de velas anunciado. Para mí, ésta es perfecta. Las puertas principales de la Basílica cuentan en relieves la historia de la Virgen de Copacabana. Me gusta el estilo y reproduzco el sueño del indio Tito Yupanqui, el traslado de la virgen por los uros sobre el lago y por tierra y creación de la Basílica, hoy renacentista-morisca, con un gran patio con una capilla abierta para los indios.

 Por la tarde entramos en la olla de la trasera de Copacabana, un círculo de unos dos kilómetros de diámetro  formado por montañas en círculo con peñones hermosos. El trozo no cubierto es el que da al lago. Allí circulan arroyos que vierten en él y surten de agua a todo el llano plagado de chacras con habas, papas y otras plantas que desconozco. Llegamos hasta la pared de enfrente donde llega un camino empedrado a una hacienda española, en cuyo patio hay un bosquecillo de eucaliptos y la tina del Inca. Bonito, todo me parece bonito. Dibujo la hacienda, las montañas con sus piedras caprichosas, el camino primitivo de vuelta y Copacabana desde este camino.




Antes que se ponga el sol, paseamos por la bahía. Las barcas, los niños jugando al futbolín. Un niño con un montón de chapas (no colecciona, casi todas son iguales). Le cambio una que no tengo por dos difíciles para que no se mosquee la madre, las de las cervezas Paceña negra  y El Inca, que no se ven mucho por aquí. Vemos el sol ponerse y con la puesta llega el frío.
Lo más ridículo de este pueblo es que es el paraíso de los hippies argentinos y chilenos, estudiantes de vacaciones baratas que se disfrazan de andinos y beben vino y tocan la tena y el tambor en los cafés y venden artesanía mucho más fea que la local y mucho más cara. Y da un poco vergüenza su pose europea con los trajes devencijados andinos. Pero no tiene la menor.
Tomamos unos cafés y yo me lío con la computadora.

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