sábado, 26 de septiembre de 2020

el hoy difunto benjamín walter


El hombre que se suicidó la noche del 26 de septiembre de 1940 en el Hotel Francia de Portbou dejó todos sus gastos pagados o, al menos, se utilizaron sus 500 francos (10.125 pesetas) y 70 dólares (870,80 pesetas) para pagarlos. El hombre que se suicidó aquella noche “era un cartógrafo excepcional de la memoria, un sutil explorador del paisaje urbano, un adelantado perspicaz y curioso de la modernidad”, tal como lo retrató hace tres décadas Juan Goytisolo. El hombre que se suicidó se llamaba Walter Benjamin, era filósofo y ensayista alemán de origen judío, huía de la Gestapo, y deseaba alcanzar Lisboa después de atravesar España para viajar a Estados Unidos.

Benjamin había llegado agotado a Portbou después de atravesar los Pirineos. Muy cerca de su casco urbano se había producido la última batalla de la Guerra Civil española. El gran filósofo alemán, patrimonio común de la cultura europea y estrechamente relacionado con el grupo de estudiosos de la Escuela de Frankfurt, había abandonado su patria tras el ascenso de Adolf Hitler al poder y se había instalado en París.

El inicio de la Segunda Guerra Mundial le convenció de que tenía que huir de Francia y de Europa si quería sobrevivir al genocidio que se avecinaba. Entre sus pertenencias llevaba una carta de invitación para trabajar en una institución neoyorkina.

La policía fronteriza franquista le permitió pasar la última noche de su vida en un hotel de Portbou con sus acompañantes, cinco mujeres y un niño. Se instaló en el segundo piso en la habitación número 4 que daba a la parte posterior del inmueble. Sabía que al día siguiente sería trasladado junto a sus acompañantes a Francia y su destino no sería otro que un campo de concentración y la muerte.


Benjamin había escrito que “es tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres y que la construcción histórica está consagrada a la memoria de los que no tienen nombre”. Al borde de la desesperación recuerda esa tarde la reflexión de Kakfa: “Hay muchísima esperanza, pero no para nosotros”.

La noche vierte toda su amenaza sobre su fatigada mente y resuelve poner fin tomándose una sobredosis de morfina que le producirá la muerte tras una larga agonía. Intenta explicar su decisión en una escueta carta: “En una situación sin salida, no tengo otra opción que acabar aquí, en un pequeño pueblo de los Pirineos, donde nadie sabe que mi vida se agota”.

El certificado de defunción, firmado por el doctor Vila Moreno, atribuye la muerte a una hemorragia cerebral, y ha sido cambiado el orden de su nombre y apellido para alejarlo de cualquier parentesco judío.

Fue enterrado a los 48 años en el cementerio católico, en el nicho 563 (hoy pertenece a la familia Morell y Guillaume), que durante cinco años dejó pagado Henry Gurland. Le costó 75 pesetas, 15 por año, más 12 pesetas por derechos parroquiales y 6 pesetas por la misa de difuntos. A los cinco años sus restos fueron depositados en la fosa común del cementerio.


Un mes más tarde, en octubre de 1940, Hannah Arendt, amiga personal de Benjamin y tan heterodoxa como él, visitó la tumba y poco tiempo después escribió: “El cementerio da a la bahía, directamente sobre el Mediterráneo, está tallado en la piedra y se desliza en el acantilado. Es uno de los lugares más fantásticos y más bellos que he visto en mi vida”.

El lugar es verdaderamente hermoso. La luz es tan intensa que ciega incluso bajo la neblina de la mañana. En 1999, el artista israelí Dani Karavan construyó un Memorial al que llamó Pasajes. Una escalera desciende hacia el mar y sólo la detiene un cristal que hace de frontera con el abismo.

El artista judío explicó que había seguido el modelo de pensamiento benjaminiano y que su deseo “era conectar los rostros del dolor del pasado, memoria y el exilio con la posibilidad de un futuro renovado”, utilizando formas abstractas y una íntima relación con el paisaje duro del Pirineo gerundense, simbolizado por un gran pino que ordenó plantar al lado de su monumento.

A pesar de que había muerto, Benjamin siguió pagando sus gastos y los de sus acompañantes. La factura del Hotel Francia tiene fecha del 1 de octubre y va a nombre de “El hoy difunto Benjamin Walter”. Incluye en el precio total, 166,95 pesetas, las 75 pesetas que costó “vestir al difunto por parte de dos personas, desinfectar y lavar el colchón y blanquear”.


La Carpintería Mecánica de Enrique Espadalé también cobró el 2 de octubre las 275 pesetas del coste de “la caja mortuoria forrada de paño y con varias aplicaciones”, las 30 pesetas que costó “conducir al difunto al cementerio por seis hombres” y las 8 pesetas “del trabajo del albañil para cerrar el nicho”.

El doctor Vila cobró el 28 de septiembre 75 pesetas por las cuatro visitas que le hizo al filósofo ya moribundo, las inyecciones que le puso y la toma de la presión arterial y sanguínea.

En Portbou hace daño pensar en el último pasaje de la vida del genial pensador alemán. Me he emocionado paseando entre los recuerdos de alguien que escribió que “ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence y ese enemigo no ha cesado de vencer”.

Desde Portbou, el fotógrafo Gervasio Sánchez en el Heraldo de Aragón, en 2014

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