Cuando el Guernica llegó al Casón del Buen Retiro, fui corriendo a verlo. Y delante de esa tela gigante, lloré. Creo que porque no se parecía nada a las reproducciones que podían comprarse en el Rastro. No había contado con esas fuertes pinceladas y, sobre todo, esos chorreones de pintura disuelta. Había un hombre detrás luchando, peleando incansablemente, sin comer quizás, sin dormir.
Cuando miramos a Picasso vemos esa lucha, esa búsqueda incompresible, ya genética, que todos llevamos desde el principio de los tiempos. Eso nos emociona. Sí buscaba, no paraba de buscar; pero nada en concreto. Por una necesidad de hacerlo, como el que escribe sin tener mucho que decir. Y es en esa frenética actividad donde se encuentra. Pequeñas cosas que nos hacen felices.
Estos dibujos rápidos a modo de logotipos, sobre su obra expuesta en 2008 en el Reina Sofía, representan algunos de esos encuentros. Muchas formas de representar la figura humana, muchas con verdadera gracia, muchas volumétricas a pesar de ser bidimensionales, capaces de representar ojos, tetas, narices, glúteos y toda suerte de orificios en un sólo plano. Capaces de descomponerlo todo sin perder su esencia.
Los cuadernos no son sólo un entretenimiento. Su uso continuado, obsesivo y frenético puede darnos muchas muchas y muchas alegrías.
Qué bueno esto que dices sobre la lucha prsonal. Con tu permiso lo voy a usar en mis clases.
ResponderEliminarHace poco estuvimos viendo en clase con alumnos de once años dibujos de Picasso. Sobre los dibujos como estos de aquí arriba buscábamos más semejanzas, referentes y formas parecidas.
Ellos casi siempre encuentran, los adultos casi nunca.
Con once años buscan parecidos y semejanzas, con cinco sólo hacen, se divierten. Mucho mejor. Alfredo dice que los niños dibujan bien hasta que aprenden a dibujar.
ResponderEliminarEso es verdad
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