El cura se pone en la puerta de la ermita y los feligreses se recogen otra vez bajo su sombra, entre el ritual litúrgico y las voces de los primeros borrachos. Entre que están y no están, pasan la cesta entre los devotos y llegan hasta los pecadores parroquianos del chilanque. Después el trajín de los estadales y la gente que se cruza forzando más el acento. Voces y altavoces. La tortura acústica por un pomo.
Luego, la encina distorsionada en el dorado metal del saxo. Un tambor y platillos, algún clarinete. Una vieja trompeta. Cinco músicos ahora a la sombra. Las mujeres bailan debajo, entre ellas. Algún padre orgulloso con su hija en brazos. Todas mueven el culo como si les empezase a arder un rabo de papel.
Y alguien que mea tanta cerveza, a la bajada, oye la música a lo lejos. Entonces se abrocha con prisa, no vaya a ser que de golpe todo desaparezca y resulte que no hay otra cosa que su cabeza torpe entre un millón de encinas.
¿CUÁNDO TE EDITAN?. TE TENGO ENTRE MIS LITERATOS DE CABECERA, Y MIS ILUSTRADORES DE PRIMERA. Tu sensibilidad es como la humedad que transpira en tu cuaderno, rebosa los poros de sus páginas.
ResponderEliminarGracias Clara, pero la que está sensible hoy eres tú. Tómate algo a mi salud.
ResponderEliminar