Encontré una ciudad bulliciosa llena de estudiantes, donde convivían conciertos y performances en la calle con las representaciones más crueles de ritos católicos, el Festival de Cine, de cortos, y las urnas de cristal de mochilas cargadas de santos para San Miguel. Se habla a un alto nivel intelectual entre libros en el
libros-bar Las Leyendas de Don Juan, en la Plazuela de San Fernando, con la lengua desatada por cervezas Victoria muy bien ofertadas, camino de la brasa. Se puede cenar, beber, oír música, charlar y tomar el fresco junto a la Basílica en el Truco 7. Buen rollo en general bajo la atenta mirada de El Pípila, minero noble y valiente, con cara de guajalote, que se asoma con su antorcha por encima de los patios. Pero sobre todo en el Jardín de la Unión, donde los músicos tocan boleros y la gente baila alrededor del quiosco con la luz tenue y temblona de las velitas románticas de la terraza del Hotel Luz, y la atenta mirada de los estudiantes de la escalinata. Para no quedar sordos atronados de trompeta mariachi, mejor un expreso en la tertulia cultural del café de la plaza.
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