lunes, 18 de junio de 2012

camino del norte: bolaños-donostia




Invito a unos cafés con tallos de despedida, en el Chavalín. En casa de Carlos pesamos las mochilas. La mía: ocho kilos con una botella de agua congelada; la de Carlos: siete sin agua. Compro rotuladores y crema para los pies. Siento paz con el sonido de los chiflitos y el coro de palomas en el porche.
Mamen nos lleva al tren, a Ciudad Real. A las once y media sale el Ave. Me meto la navaja en el bolsillo para poderla pasar. Comemos en la estación de Chamartín, sobre las vías. Ellos van de ensaladas, yo me apreto un cocido completito. Dibujo a Amancio mientras habla con su hijo.
Los gastos funcionan con fondo común. Hay un cartel en el retrete que dice: chico de treinta se la chupa a chicos de hasta treinta y cinco. A Carlos le hacen una encuesta.
Nos ponen un documental y luego todo el mundo se queda frito. Las chicas morenas y guapas abren la boca de forma obscena. Álamos negros en la meseta, en medio de barbechos de cereal amarillo. Luego, pinos y pinos jóvenes.
El café es horroroso pasado Valladolid. Bonita estación en Miranda de Ebro. Hormigón y edificios feos de arquitectos locos en las afueras de Gasteiz. Por fin, Donostia.
El albergue municipal está muy bien, en plan hostel canadiense. Cocina, lavandería, internet y una recepcionista majísima que trata de colocar a tres mejicanas que se han quedado colgadas. Habitación de seis. Un chaval de Lyon que quiere ir a los sanfermines.
Cenamos en un bar con un camarero descarado empeñado en vendernos el foie a la plancha. No encontramos taxi y volvemos andando. El puerto, la Concha, Miramar, Ondarrieta y el albergue en la base del monte Igueldo.

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