lunes, 4 de junio de 2012

el nacimiento de un nogal

Mi padre tuvo un terreno en Bolaños que vendió casi en su totalidad. Se quedó con un pequeño trozo donde estaba la casilla, el pozo, y un enorme nogal cuyas raíces se  internaban hasta el agua y no necesitaba ningún cuidado. Un hermoso nogal de más de cien años, el más grande nogal que haya visto por estas tierras.
Lo heredó un hermano que no vive por aquí, así que lo vendió enseguida. El nuevo dueño consideró un estorbo este árbol, que cuanto menos triplicaba su edad, y lo cortó sin ningún escrúpulo.
A finales de los años ochenta fue mi última visita a esa estupenda y viva catedral, tan tupida que apenas dejaba pasar la luz entre sus hojas. Había llovido bastante y las nueces habían empezado a abrirse para germinar. Las planté entonces en macetas, muchas macetas, que cuando se hicieron pequeños arbolitos regalé a los amigos que podían trasplantarlos al campo (no recuerdo quienes eran, sólo a Ester, de Bilbao, y que ahora vive en México). ¡Espero que sus hijos, de aquel nogal y de Ester, crezcan sanos y hermosos!
Este dibujo lo hice entonces, en un cuaderno tan grande y grueso que tardé varios años en rellenar.

Que los pueblos no tengan documentado su patrimonio natural y la idea generalizada de que un árbol no es más que un objeto cualquiera, está haciendo que desaparezcan legendarios árboles que dieron sombra y frutos a nuestros antepasados. Aquí, el propio Ayuntamiento ha cortado alguno como el ciprés del patio del Colegio de las Monjas y ha permitido que se arrase la alameda de la calle de los Maestros y gran parte de la del Hondo. Sólo quedan algunos olivos milenarios en algún olivar cercano al Pardillo, y los cipreses del cementerio. No sé en qué estado estará la morera de la tía Isabel de Coca y la palmera junto al Bar España; pero me temo lo peor.
 

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