Por la tarde vamos a las montañas felices de la Arcadia, donde todos los árboles son de colores y los pueblos cuelgan de las montañas. Paramos en algunos de casas y calles de piedra como Dimitsana y Lagkadia. Luego bajamos a la garganta de Lousios y vemos el monasterio Moní Aimyalón colgado de sus paredes. Subimos y bajamos por un camino indecente, entre bosques y la cima del mundo por curvas y más curvas. Empieza a anochecer y Beni empieza a dudar, a sentir que ya hemos pasado por algunos sitios. Aquí estaban los cazadores, dice. Yo le digo que no puede ser, que no nos hemos salido de la ruta del navegador hacia Megalópoli, que es una neura suya por temor a la noche. Si eso es cierto, después de este bosque veríamos las cumbres,l e digo bromeando. Pero ahí están las cumbres, y la columna de humo, y este puente, y esa roca. Una hora y media después de recorrer los peores caminos y de girar la peores curvas, estamos en el punto de partida: Dimitsana. Cuando el empleado de la gasolinera me lo confirma, ya de noche, me quedo de cuadros. Solo deseamos salir de este bucle infernal. Decidimos quedarnos. Buscamos alojamiento, cancelamos el hotel de Mistra y cenamos con alcohol para olvidar las penas. Pero donde mejor se olvidan es en esa cama grande, fabricando zetas.
Una nube negra levita sobre nuestras cabezas. Nos sentimos inseguros y frágiles.
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