sábado, 3 de noviembre de 2018

los jardines nacionales y el barrio de metaxourgeio


Me despierta el llanto de un bebé. A las seis amanece.

Desayunamos frente a la iglesia de Panagia Kapnicaria, una iglesia bizantina del siglo XI, de las primeras de Atenas, que dibujé ayer, que se construyó sobre un antiguo templo pagano dedicado a Atenea y como parte de un monasterio. Actualmente es un extraño fósil en mitad de la calle comercial Ermou. Justo allí hay una cafetería pastelería con un montón de pasteles, otros dulces y sandwiches a precios populares.

Después de ver el Templo de Zeus, hoy ya de día, paseamos por los Jardines Nacionales con ese extraño olor a lejía y canela que finalmente identificamos en la flor de lo que parece un algarrobo, sin duda el llamado algarrobo de olor. Hay árboles muy viejos, especialmente cipreses de grandes y ramificados troncos. Estanques, asientos de mármol rescatados de algún teatro. Es parecido al Retiro, pero más salvaje. Tiene un ridículo y entrañable zoo con cabras montesas, ovejas, gallinas, ocas, pavos reales, patos y algún pájaro. Las ovejas huelen a rayos. Salimos a Eleftheriou Venizelou para visitar el Museo de Arte Cicládico, pero está cerrado (luego descubrimos que la entrada principal del palacete no es la del museo). Este es un barrio rico de casas señoriales donde están las embajadas.Nos acercamos a Syntagma y paseamos por Panepistimiou para visitar el barrio de Metaxourgeio (Metalurgia), junto a la estación de ferrocarril de Larissa. Como hay una mani en la paralela Stadiou, aquí están escondidos los antidisturbios echando el último cigarro. Son jovencitos disfrazados de robocop y cargados a tope. Algunos llevan una extraña arma con un depósito de gas. No parece que la policía haya cambiado tanto desde los tiempos de la dictadura. En cada manzana encontramos un grupo oyendo las consignas de la calle vecina y dispuesto al ataque.

Precioso el edificio modernista del cine Rex. La Academia, la Universidad, la Biblioteca Nacional... resulta cargante este estilo neoclásico tan ortodoxo, como el decorado de una peli de griegos (para nosotros de romanos). No sé cuántos falsos partenones tenemos ya vistos. Llegamos al barrio. La Plaza Omónoia se la cargaron con el parking. Me imagino a los constructores vendiendo la idea al Ayuntamiento. Nada que ver con esta mierda de resultado. Edificios muy chulos semi abandonados o del todo, murales, galerías de arte, cafés, grafitti, mensajes anarcos. Es un barrio obrero que está acogiendo a los expulsados por el turismo. Y, según parece, empieza a haber turistas sin miedo. La pescadilla infinita. Nosotros comemos en la terraza de una casa de comidas balkánicas, que resulta bastante barata, y nos tomamos el café con música de Buika en el Acrobat, un local bonito de techos altos y visera que podéis ver arriba. Aquí dibujo a una partida de jovenzuelos que me dan sus nombres y disfrutan viéndose así mismos en versión rotulador. Apheus, con el pelo largo en finas trenzas, habla español. Volvemos por la calle Athinas, muy divertida. El Mercado Central con dos alas cubiertas a la calle, pescados, un fuerte olor a las especias bajo una enorme visera, comerciantes voceantes, sombreros. La iglesia bizantina de la Muerte de la Virgen, con los techos y paredes negruzcos, donde solo se ven las coronas de chapa de los santos. Beni pone una vela a sus difuntos.

La Plaza de Monastiraki es una locura. Hoy está a tope. Los turistas cenan al son de esos raros violines y esos acordeones diminutos que tocan dos niños. Los rastados tocan los tambores senegaleses y esa abuela baila y baila sin cesar. Los banglas venden ese aparato luminoso que se enciende en el cielo. Mogollón de jóvenes con pocas cosas que hacer excepto mirar lo que yo dibujo (el último dibujo del día es de la plaza). Paseamos, vemos algunas tiendas interesantes de diseño y cerámicas. Me gustan mucho algunas interpretaciones en barro del caballo de Troya y algunas escénas odiséicas.

Como hormigas bicheamos entre la multitud por las calles céntricas, sin tráfico, hasta llegar a Adriano. El mercadillo se va cerrando. Las vendedoras, cansadas, se comen algúna empanada. Aún tienen fuerzas para hacernos la última oferta en inglés. La mujer que está pidiendo, con un vaso de plástico en la mano, durante todo el día, ha extendido sus saco de dormir sobre la acera y se ha dormido. Los taxistas charlan en la puerta del hotel. Sentimos el fresquito ese que traen las noches de verano.

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