lunes, 19 de noviembre de 2018

acrocorinto y mucha agua


La situación geográfica de Corinto, paso obligado al Peloponeso, supuso en el pasado riqueza y también muchos conflictos. Saqueada en varias ocasiones, fue reconstruida por Julio César (fue el mayor distrito romano de Grecia), por lo que la mayoría de sus restos son romanos. De los griegos, solo queda el templo dórico de Apolo, del siglo V ac. Se encuentran a unos cuatro kilómetros de la ciudad moderna. Tienen dos partes: la ciudad alta o Acrocorinto y la ciudad baja, donde se encuentra el templo de Apolo. Usaron monedas ya en el siglo VII ac. Pueden verse algunas con el caballo alado Pegaso en el anverso (pues fue domado aquí por Belerofonte, las hemos visto en el museo de Micenas). También organizaban festivales con juegos deportivos, los llamados ístmicos. San Pablo, ciudadano judío y romano que hablaba arameo y griego, la visitó en el año 52. Sus cartas a los corintios, en las que critica su vida licenciosa, se añadieron a los textos de los apóstoles en el Nuevo Testamento.

A pesar del día nublo y el mar picado, nos lanzamos hacia el antiguo Corinto. Subimos primero a Acrocorinto, una fortaleza construída en tres fases: La primera, bizantina; la segunda, franca y la tercera, otomana. La subida supone atravesar cada una de las puertas de cada muralla, las vistas desde arriba son espectaculares. Pero sucede que hoy no hay demasiada visibilidad y, para colmo, que se pone a llover a cántaros. La tinta del cuaderno empieza a chorrear y a humedecerse todo él. Nos metemos en una pequeña iglesia bizantina y hago algún dibujo desde la puerta, rodeado de santos mirando desde las paredes. Como la cosa no amaina, bajamos peligrosamente hasta el coche y, empapados, nos vamos al hotel, mientras que Apolo se ducha en lo que queda de su templo con la ayuda de un Poseidón enfotinado.

Nos secamos y visitamos el Museo Folclórico, todo lleno de vestidos antiguos de esos de enagua, viso y refajo, muy lejos de las minifaldas de los soldados romanos o las gasas de las mil prostitutas del templo de Afrodita, que tanto disgustasen a San Pablo. Es todo más bien roña que joroña con un aire entre otomano balcánico. He visto cosas parecidas en Bulgaria hace muchos años.

Sin posibilidad de actividades al aire libre, nos metemos a comer unos ricos judiones y medio pollo a la brasa y después alargamos el café, con su vaso de agua, horas y horas en un café pijo que además es pastelería y tienen el baklavá con pistachos de tradición otomana (hojaldre con pistachos y sirope de miel) con que el Pasha de Oiannina contribuía a su propia felicidad. Las señoronas repintadas y los camareros/eras estirados miran de reojo el cuaderno. Cuando se asoman, los tapo con el codo. Y así me divierto, jugando al gato y al ratón, al Rasca y Pica, dentro de esta pecera.

Nos acostamos temprano, que mañana queremos ver el canal, y tenemos que llegar a Atenas a buena hora, para devolver el coche. Esto se está acabando. La lluvia empercudirá el final.

2 comentarios:

  1. Una lástima que te acabe el viaje pasado por agua. Cuida el cuaderno no llore tinta. Que se os estire el tiempo lo máximo posible. Feliz regreso.

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