Se va notando el cansancio acumulado de tanto andar. Nos levantamos tarde y me entretengo en la terraza dibujando dioses. Salimos de paseo a los museos de Gezira: el Museo de la Civilización, acogido en un edificio precioso de los años treinta, el Museo de Arte Moderno, cerrado por obras, la Ópera y un pequeño museo de fotógrafos egipcios. Pasamos el puente al Doqqi, un barrio más nuevo y limpio, y, con muchísimo esfuerzo y varios tés, llegamos al recomendado restaurante Eltekia, que es como un pequeño restaurante de Malasaña. Comemos muy bien, tomates con ajo, croquetas libanesas, arroz oriental con frutos secos y de postre un cous cous con azúcar glass, pasas y almendras. Cerveza sin alcohol y pelis del José Luis López Váquez de aquí. Paseamos hasta el metro Doqqi y luego hasta Kan el Kalili donde los comercios están cerrados como si fueran cristianos. También la callejuela rehabilitada de-Al Muizz que vimos el otro día demasiado deprisa.
Subimos hasta las murallas y descansamos en un café precioso que alguna vez conoció la gloria y sin una sola mujer, en Shari Babel Nazhir. Delante de un té dibujo a los parroquianos y Beni se pone a leer. Unos cuantos ven el partido y los otros juegan a las cartas. El camarero lleva chilaba y el dueño preside inmortalizado en una foto con pelo y gafas de sol a lo Elvis. Alguna pintura de la danza del vientre, un ventilador parado y demasiadas moscas. Algún cliente se queda petrificado en su lado bueno para que lo dibuje. Luego se acercará a verlo como esas cosas sin prisa que se hacen todas esas horas que un cairota pasa delante del té: ver la tele, echar una cabezadita, jugar a las cartas, charlar despacio...
Al salir oímos una música de panderos y gritos chillones de mujeres de esos que hacen las mujeres árabes con la lengua, y nos acercamos. En un pequeño callejón hay un corro de mujeres que cantan, gritan y tocan las palmas sentadas. Algunos hombres tocan el pandero de pie. Se alternan muchachas a bailar moviendo casi exclusivamente las caderas. Toques rápidos de caderas y suaves movimientos de manos alzadas, digno de ver. No les molesta aunque nadie nos haya invitado.
La calle trasera de la Mezquita de El Hussein está llena de terrazas y mogollón de teles donde juegan al fútbol colgadas de las columnas de los soportales de la acera que no es mezquita. Toda la calle está ocupada excepto un pasillo para pasear. El ambiente es de un domingo de verano de mi infancia, una atmófera que yo recuerdo y me proporciona placer. Bebemos más té y dibujo la calle.
Volvemos en un colectivo que hay que coger en marcha ayudados por un chaval con un fajo de billetes en la mano. Pasamos otra vez por los hermosos edificios de correos y bomberos, el antiguo cabaret al lado de la estación de autobuses, los Almacenes Senaqui, la Plaza de la Ópera con la escultura ecuestre de Ibrahin Bajá, los jardines de Esbekia... ¡Dios, qué ciudad tan entretenida!
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