lunes, 10 de febrero de 2014

el barrio copto y el café de los espejos



Vamos en metro al Barrio Copto, parando en la estación de Mari Girgis. Una parte de la línea va sobre superficie y los vagones tienen persianas de madera. Hoy es fiesta, los chavales que juegan al fútbol tras la reja nos saludan. A este lado alguno va vestido de militar, de blanco, debe ser su primera comunión. La salida está justo enfrente de Museo Copto, al que accedemos pagando 10 dólares USA. Mi pieza favorita es un busto de marfil completamente agrietado. El museo lo acoge una casa árabe preciosa articulada alrededor de un patio, arriba con balcones con celosías.

La primera iglesia que visitamos es de culto y todos van tan arregladitos. Luego la torre romana, la muralla con parte de su antigua puerta de Bavil-On. San Sergio es una iglesia circular muy exagerada cuya cripta visitan todos los creyentes. De los santones, impone uno con una cadena en la cabeza y la cadera que todos besan, bueno, besan a todos los santones y estampitas. Esto es fe, fe fundamentalista.

Santa Bárbara, La sinagoga judía, San Sergio (que según ellos alojó a la Sagrada Familia en su huída a Egipto), San Elías. Las iglesias son de tres naves con capiteles corintio y los santuarios separados por un muro de madera de ébano con incrustaciones de marfil. Alrededor está el cementerio copto. Damos un paseo saludando a la gente que vive entre las tumbas, tienen los coches aparcados entre panteones y la gente charla sentada en las lápidas. Nos molesta que haya tanta basura, por lo que decidimos volver a la calle principal Mari Girgis, coger el metro y volver a la Plaza de la Revolución.

Comemos frente al Groppi y luego tomamos té y pastas aquí. Pasa una bicicleta cargada de bombonas de butano, el conductor va avisando a los clientes haciendo sonar una chapa de metal contra la bici. La gente adorna las bicicletas con unas cintas anchas de plástico que meten entre los radios. Los coches también están súper decorados con una tela de peluche en el salpicadero, de la que salen largos flecos. Las maderas de los remolques de los camiones están pintadas con colores chillones y alargan la pared que da a la ventanilla de la cabina con ornamentos labrados de madera. Los taxis son negros, con dos partes pequeñas, entre las ruedas y los parachoques, pintadas de blanco. El número de licencia en árabe en una puerta y con números occidentales en la otra. Son viejos y destartalados, modelos que ya no se ven en España, como los Fiat 127, 124 y 133, el R12 y antiguos Peugeot. Los más caros son blancos y los llaman limousines. Los cairotas usan las furgonetas blancas, donde se amontonan mogollón de gente, pues son muy baratos. En general, la vida debe ser entre tres y cuatro veces más barata, un profesional novato debe ganar unas 7000 pesetas al mes y los funcionarios poquísimo. Los uniformes de los militares son un desastre, van sucios y desharapados. Los de tráfico paran a las chicas para bacilar. Uno me pregunta si Beni es mi mujer o una amiga, mientras el otro le envía un beso desde detrás de la ventanilla.

Vamos a la Mezquita de Al-Hussein, yo al recinto de hombres y Beni al de mujeres. Dentro hay una habitación con la tumba donde reposa la cabeza de Hussein y en la sala de oración un círculo de hombres cantan una canción monótona, aburrida y circular. Luego recorremos el mercado de Kan al Kalili, que es la parte más turística del recorrido de ayer. Compro un reloj de cuerda precioso de los años cuarenta. Hay dos negocios curiosos: uno es el de las básculas, que pagas por subirte encima, y el otro son las teles portátiles con consola, donde los chavales se amontonan sentados en el suelo.
Acabamos en el Café Fishaui o de los espejos, una reliquia de El Cairo de Naguib Mahfouz, que, como es viernes, está lleno de cairotas con la familia; ya que al ser turístico dejan entrar a las mujeres. Pasamos el tiempo rodeados de gente y aromas, y frente a dos tés y al lado de un gran espejo. Hay mucho movimiento y niños con mocos que entran a pedir dinero, a vender clinex o limpiarte los zapatos. Los clientes fuman en narguille, alguno prueba en nuevo invento, que es una pequeña sisha para cigarros. Yo dibujo.

Paseamos como cairotas ricos mirando escaparates y luego nos metemos al cine del edificio modernista Excelsior. Por curiosidad pasamos a la única peli egipcia que ponen. La gente no para de hablar y usan los móviles. La película es ingenua y ellos también pues parecen vivirla. En el descanso, salimos a un bar chulo con sillones de madera y cuero. Me gustan más las pelis antiguas en blanco y negro que ponen en la tele.

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