Me despierto con la luz y los quejidos de las gaviotas. Llueve sobre los mercantes en el mar gris, sucio. Salgo al malecón, paseo hasta la Puerta de la India. Es un arco del triunfo de tres ojos construido por los ingleses en 1924. Hay muchas mujeres y familias sentadas alrededor. Me piden dinero en inglés y español. Le suelto el típico España tacaña y se rien. Hago fotos a un barbero afeitando a alguien en medio de la calle, ambos sentados en el suelo bajo unos carteles muy chulos. Me dice que me afeita y le digo que mañana. Me pide dinero por la foto y le digo que me afeito mañana. Una tienda de antigüedades tiene unas figuras de madera carcomida. Un santón muy delgado y con sólo un taparrabos blanco me pone una pulsera de tela, que mancha de amarillo, y unas estrellas esféricas de azúcar en la mano mientras recita una letanía. Me hace una mancha de color azafrán entre las cejas y me hace comer las estrellas. Me infunde demasiado respeto como para no dejarme hacer, y uno no sabe cual es la posición más honesta. Pasa una bandada impresionante de pájaros verde chillón. En un taxi pone: El amor es un dulce veneno. El hotel es bonito, decadente. Blanco, con tejadillos rojos sobre las ventanas. Holy man me dicen señalando mi entrecejo. Beni sigue dormida. En la tele ponen películas antiguas alucinantes, en colores rosados y azules pálidos. Sus dioses vuelan por las nubes y reposan en el Edén. Tienen arcos con flechas mágicas. De golpe se arrancan por Antonio Molina.
Desayunamos en el Olympia Coffee, que en el cartel escriben Olyampia, con puertas de cristal abiertas a la calle, mesas redondas de caoba oscura y extrañas sillas historiadas. Los camareros llevan gorrito musulmán. Un niño friega el suelo constantemente con un trapo viejo y sucio. Beben un líquido color café directamente de un platillo. Nos tomamos un café con leche y magdalenas. Los camareros jóvenes, con un traje azul de pantalón, se ríen de mis dibujos mientras limpian la mesa.
En la calle, un señor de blanco le señala mis orejas a Beni. Sin darnos cuenta, ha sacado un alambre y me lo mete en el oído. No queremos, no, no. Mucha gente se ha teñido el pelo color naranja. La Estación Victoria es como una catedral neogótica victoriana con elementos indios tradicionales, una pasada. Hay gente por todas partes, mucha tumbada en el suelo. Luego, llegamos a Churchgate atravesando los campos de criquet y rugby, y vamos hacia el sureste hasta cansarnos. Es una zona sucia de casitas de pescadores y barquitas tapadas con carteles de propaganda. Marañas de redes y niños bañándose con camisetas del Barça y el Valencia. Otros juegan con cristaleras (canicas). Un santón me restriega 50 rupias bendiciéndolas, se pone agresivo y cojo sus delgados brazos (¡qué sensación sus huesos!). Va maquillado y tiene el pelo recogido y largos pendientes. Sólo lleva un taparrabos amarillo. Cuando la cosa se pone fea, para un coche y lo separan de mí.
Volvemos a la Puerta de la India y al Olympia. Hay un camarero simpático con una barba como la de Bin Laden. Nos explica los diferentes platos de pollo. Comen con las manos. Marean el arroz pastoso y luego se lo comen en pegotes. Después del té con leche me compro un cigarro suelto.
Vamos en taxi hasta Back Bay, completamente llena de gente sentada en el malecón tomando la brisa. Bonitos edificios modernistas. Ambiente juvenil, cafés, bares y chicos presumiendo de moto. El edificio del Museo Príncipe de Gales y la National Gallery. Entramos en el Café Mondegar, lleno de dibujos a la inglesa y chavales pijos bebiendo Foster's y viendo un partido en la tele. Un puto sandwich cuesta lo que la comida del Olympia. Me tomo una cerveza india, Amberro, que cuesta una sexta parte del precio de las de importación. Son graciosas las lámparas, pero mucho más esos ceniceros como balones de fútbol.
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