martes, 11 de septiembre de 2012

palolem-colva




Toda la noche lloviendo. Lavado el mundo, un bello día. La señora del puro pasea con las manos atrás. Los vecinos se desperezan. Las indias salen con sus melenas largas y negras a la terraza. No hay agua y empiezan a funcionar los barreños. Me ducho al estilo asiático: metido en el barreño, me echo jarros de agua. Suenan las campanas. Hoy es domingo. Me acerco a la iglesia pequeña de la playa. Mientras llegan los feligreses, voy dibujándolos. Me interesa esa ropa de domingo. Hay saris y trajes de falda. Se ha añadido algún turista.

La playa ya está llena de perros y las rocas del istmo de mujeres cargadas. Ha empezado el teatro ceremonial. Los chicos se han puesto de guapo para pasear por la playa. Los hombres empujan las barcas para ir a pescar. Las guiris hacen yoga. En el chiringo, un güero y una jinetera guapísima. El sol tumba a los perros según el guión. La función se anima con la llegada de la pesca. La gente que ayuda, los pescados al sol en las redes extendidas, compradores, vendedores, curiosos.

En la calle de las tiendas cogemos el bus que va a Margao. Un hombre flacucho, con falda, el cuello de la camisa zurcido y que vino a comprar pescado, ata su cartera a la cintura; es un rollo de tela cosido con un atadero en el extremo. El cobrador no le cobra. Todo el mundo va descalzo, en chanclas o zapatillas de deporte. Una cosa digna de ver: ¡unos zapatos de domingo! 

Hermosas casas coloniales en Margao. Y luego esa inmensa plaza. Allí cogemos otro bus para Colva. Nos deja en la playa. Preguntamos por el hotel William's Beach y nos mandan al La Ben, estamos acostumbrados y además está bien. Recorremos su playa de conchitas y atracamos en la terraza de un restaurante entre las palmeras. Brisa y un camarero simpático. Pollo al grill y kurma. Lemmon tea y relax después de comer. Llaman al camarero con un beso sonoro absurdo al aire.

La playa del hotel está a tope. Los chavales ligan y las familias se bañan juntas y se hacen fotos. Los niños cogen conchas y estrellas de mar. Turismo local, Fuengirola, Torremolinos. Por eso todo es mucho más barato que Palolem y su misticismo guiri. 

Al anochecer, la gente se va a casa y los chilanques encienden sus faroles de colores y ponen al Elton John. Parece el último instante de la fiesta de Bolaños, el del chocolate con churros, o el de la última brasa con el Blahhh en Mestanza, mientras subimos la cuesta.

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