viernes, 14 de septiembre de 2012
goabye
Mientras hago la mochila, fantaseo sobre cómo sería vivir aquí, en una de estas casitas coloniales por cien euros al mes de alquiler. Podríamos comer diariamente de restaurante. Con tranquilidad dejaríamos pasar lo días. Sería un auténtico lujazo. Visitamos el Museo del Estado de Goa, al otro lado del Ourém. Así estaremos al menos a la sombra. Ha llovido durante toda la noche. En los charcos lavan la ropa y limpian los autobuses. Los vigilantes del museo se descalzan y se tumban a la siesta. Los ventiladores se balancean.
Unos catalanes nos recomiendan hotel para Mumbai. Barato y limpio dicen. Ellos están en el Panjim Inn, que es caro. Les recomendamos Casa Afonso y el Venite para cenar. Nos despedimos de la señora en portugués. Quedamos en que nos volveremos a ver ¿quién sabe? Vamos en bus y ricksaw a Karmali Station. Los modelos de maletas son del tiempo en que éramos niños. Y como entonces, los trenes llegan con retraso y la gente espera tranquilamente. Para llegar a nuestro asiento, en el tren, tenemos que atravesar la cocina. Chavales curran entre el vapor y el olor que sale de perolos gigantes. La hora es perfecta para contemplar el paisaje. Gente trabajando en el campo, alguna capilla blanca llena de chorreones, tierra roja, niños jugando al fútbol, grandes y brillantes charcos de agua donde se bañan los niños y luego corren por las vías.
Se pone a llover a mares y tenemos que cerrar los cristales y contraventanas de guillotina. Comen una papilla que no huele muy bien. Me entretengo dibujando a una familia muy joven. Beni pone su sábana y se acuesta. Relámpagos y truenos. Nadie recoge las sobras y el olor permanece. Mucha gente durmiendo en el suelo. Espero que mi compañero se coma el postre y hago mi cama.
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