El avión es pequeño y va lleno. Mejor uno bien grande para pasar once horas. En la aduana de México tenemos que pulsar un botón como en un juego de azar. La luz que se enciende es verde, podemos pasar sin abrir las mochilas. El taxista hace cosas raras, negocios. Va a buscar a otro pasajero y luego dice que no nos puede acercar exactamente a nuestro destino, a lo que nos negamos.
Leonard y Reva Brooks |
Comemos en el Barrio Rosa, en la Plaza Washington, donde dibujo en el descanso. Seguimos Atenas hasta el reloj chino. En Morelos, unos chicos practican judo en un escenario. En la esquina con Balderas, la policía busca en los fardos entre los puestos de artesanía. Hasta el Parque de la Solidaridad todo son puestos de tacos y refrescos, discos viejos y ropa. En el jardín juegan al ajedrez y al dominó. Allí vemos el famoso mural de Diego Ribera que se usó en la portada de Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Recorremos La Alameda. Policías charros a caballo, fuentes, bancos de hierro. El edificio de Bellas Artes, el Correo Mayor, el Palacio de la Marinería, la Casa de los Azulejos (una cafetería a la portuguesa de grandes lámparas), el Casino Español (con el escudo inconstitucional de una grande y libre, y un salón de baile pasado de rosca) y El Zócalo, donde la gente se apreta bajo los soportales con la amenaza de lluvia.
Los billetes de metro se compran uno a uno, sin fórmulas de abonos más baratos, a unos veinte céntimos de euro. Circula por la derecha y los primeros vagones están reservados a mujeres y niños. En Tacuba cogemos la línea siete hacia la Barranca del Muerto. Nos bajamos en Polanco. Ya agotados, nos encamamos.
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