Hemos decidido hacer un viaje de introducción a la India visitando su cara más amable: Goa y sus playas. Nos cuentan que este estado tiene una buena renta per cápita y, por tanto, tiene una numerosa clase media. Fue colonia portuguesa, hay católicos y alguna gente mayor habla portugués. Aunque será más caro, nos resultará más fácil.
Salimos muy temprano de casa, en taxi. La taxista adormilada y gordita nos pone en quince minutos en la puerta de la terminal uno.
En París, nos esperan con un cartel, pues hay que ir a toda leche, pues no llegamos, al avión de Bombay. Pasar aduanas, abrirlo todo y enseñar los chorizos. Nos acompañan hasta el aparato. Después de la tensión, un viaje plácido. Tranquilos y a gusto.
Llueve sobre Bombay, cuyo nombre local es Mumbai, desde 1995 de forma oficial. La ciudad más poblada de la India, la segunda del mundo. Mucha humedad y un fuerte olor que recuerda a Cuba. Cogemos un taxi, como un Fiat 1500 comprimido y redondeado. Un poco de contorsionimo para entrar. La cabeza me da en un espejo instalado en el techo (para dar amplitud). Tiene montado un pequeño altar junto a varios ventiladores pequeños y una banda llena de ranuras para los audiocasetes. Lleva un aparato de música con ecualizador. Cuando la pone, todo se llena de luces.
Las calles están llenas de gente que baila al ritmo de bombos y platillos pequeños de dedo, bajo el agua. Se han puesto unos polvos rojos que ahora les chorrean por la cara y el cuerpo como si fuera sangre. El taxista trata de esquivar la multitud, o eso finge. No nos libramos y ya es la una de la mañana, y aún no tenemos hotel. Unos bueyes tiran de un carro pintado de muchos colores, los bueyes llevan pintados los cuernos. En el carro, un montón de bebés liados con tela blanca con las manos pegadas al cuerpo. La multitud levanta los brazos. Bandas de tela rojas y amarillas. El taxista nos dice que es la fiesta de Ganesh Chaturthi, el cumpleaños de Ganesha, el dios elefante de la sabiduría, la prosperidad y el bien. Trata de pasar los camiones atiborrados de gente. Es una locura. Hay chabolas de dos pisos con escaleras de mano. Muchas luces y taxis. Tiendas hechas de plástico. Mucha gente duerme en la calle. Beni desea volver a Madrid. Le digo que lo piense con la luz del día, después de haber dormido en una buena cama.
Afortunadamente, el hotel que hemos elegido, el Shelleys, con vistas al mar, está abierto. Nos dan una habitación limpia y bonita. Baño, aire acondicionado, nevera y tele. El botones nos sube la maleta. Lleva un uniforme con falda verde y va descalzo. Sale un poco caro; pero esto hay que salvarlo.
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