Cierto aviador -o, al menos, propietario de un avión durante mucho tiempo- tenía una esposa a la que estaba tan apegado como a su avión. Un buen día descubrió que su mujer tenía un amante. La vida se acabó para él. Invitó al amante, que nada sospechaba, a dar un paseo en avión. Se proponía estrellar el aparato y acabar con los dos.
No pudo hacerlo; no porque le asustara la muerte, sino porque no soportaba la idea de empañar la buena fama de su aeroplano. -Ford Madox Ford en El Impulso
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