Las buenas gentes salimos a los balcones o a la puerta de la calle todas las tardes, al caer el sol, a aplaudir a los sanitarios, que están en el frente, haciendo un pasillo a alguien invisible. Entonces llegan ellos de trabajar, llenos de barro y cargados con esos cacharros con los que siembran las cebollas. Cansados y cabizbajos, aun sabiendo que no es para ellos e ignorando si lo merecen, atraviesan el pasillo victorioso de aplausos.
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