sábado, 4 de abril de 2020

el fracaso de los gobernantes en la crisis del coronavirus

Hemos vivido durante siglos y siglos con la idea de que lo que nos amenaza y causa nuestra inseguridad es de naturaleza militar e interestatal. En el mundo hoy en día se gastan alrededor de dos billones de dólares en presupuesto militar. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo dejó claro en un informe de 1994 que la principal amenaza para el mundo era la humana, la alimentaria, la sanitaria, la medioambiental, entre otras, y nadie, ningún líder del planeta se ha tomado en serio esta advertencia, siguiendo los inciertos caminos de la inversión militar. Si al menos esta crisis sirviera para que los dirigentes que hasta el momento no habían estado a la altura de su responsabilidad, y que no habían querido ver lo que tenían delante de los ojos, se lo tomen en serio, entonces, habrá tenido una utilidad.

Hay un signo de optimismo en el hecho de que el reenfoque social de esta derecha que se confundía con el ultraliberalismo, responsable del desmantelamiento de los servicios públicos, ha sido previo a la crisis sanitaria. El año 2019 fue extremadamente turbulento con la proliferación de movimientos sociales en todo el mundo y eso ha tenido consecuencias. Prueba de ello es, por ejemplo, el tono social adoptado por Boris Johnson en el Reino Unido durante las últimas elecciones legislativas. La idea de invertir en cuestiones sociales se convirtió prácticamente en el eslogan del Partido Conservador Británico. Creo que eso significa que este redescubrimiento de lo social no depende totalmente del miedo al coronavirus, hay algo más, y eso me hace pensar que, pase lo que pase, nunca volverá a ser lo mismo.

La inoperancia de Europa es un reflejo del fracaso de la gobernanza mundial. La acción de la OMS se reduce a leer cada noche un comunicado en un inglés aproximado para pedir a los Estados que hagan algo, lo que es verdaderamente desastroso cuando la OMS debería haber sido el organismo que coordina las políticas de salud, que organiza la asistencia técnica y médica y, sobre todo, que produce normas. El gran peligro es precisamente la falta de estándares comunes, y que cada país siga operando por su cuenta y a su manera. Hay una necesidad de gobernanza global como nunca en nuestra historia, y a la vez un pico de nacionalismo que no se había visto hasta ahora. Ambos son inconciliables. Por lo que la única razón para la esperanza es que el nacionalismo es una ideología vacía que no tiene nada que ofrecer. Todos los intentos de gestión estrictamente nacional de la crisis han fallado. Líderes como Johnson, Trump o incluso Bolsonaro, que partieron de primicias nacionalistas, y negacionistas, han tenido que cambiar su discurso, cada uno a su manera. Además, el desprecio de estos políticos liberales por los desafíos sanitarios nos llevan a otro punto clave que es la flagrante impotencia de un país como Estados Unidos frente a esta pandemia. La evolución de la crisis en EE UU es escalofriante y en parte se debe a esa concepción heredada de la Escuela de Chicago de total ceguera frente a las amenazas y los dramas colectivos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario