lunes, 1 de octubre de 2012

las grecas zapotecas, el sabino de tule y los cuiles





 Desayunamos en el Bamby y vamos a la Central de Autobuses para ir a Mitla. En el camino, gente sentada en las raíces de los grandes árboles. Llegamos a Mitla. Palacios llenos de patios adornados con grecas y salones con columnas monolíticas. Lo que vemos son las construcciones de los más poderosos zapotecos de una población que nació en los primeros siglos de nuestra era y llegó a su apogeo sobre el año 900, ya desaparecida Monte Albán. Destruida por los vándalos católicos para construir la iglesia que se mofaría de la cultura dominada. Aún oímos al cura cantando su gloria por los altavoces. Sacrificio y sangre por sacrificio y sangre.

Postal con el ahuehuete
gigante de Tule















En Santa María de Tule nos sobrecogemos ante el famoso sabino o ahuehuete de 58 metros de contorno. Es como una familia, una tribu de árboles unidos entre sí. A este templo magnífico, le ha crecido una setita blanca, una recogida iglesia. Fuera de la verja que lo protege hay mesas y bancos para descanso y comida bajo sus ramas. Sacamos los tacos y celebramos nuestro culto a este viejo dios de más de dos mil años, ni muerto ni resucitado, que nos ofrece una sencilla idea de la eternidad y el paraíso mientras los altavoces de la seta cantan misa.

Llega un bus de colegio norteamericano y nos sentamos en sus butacas infantiles. Voy leyendo los rótulos: agua para uso humano, el pincel feliz, el ídolo del pueblo, internet galactic, expendio de petróleo,  fotos urgentes... Bajamos la calle Bustamante, La Iglesia de la Virgen de la Consolación, el Cine Río, de películas X, el Jardín de San Franncisco, La Iglesia con dos ángeles de cerámica levantando la pila bautismal y una capilla con figuras de aspecto medieval a pesar de ser barroco poblano. En el Hotel Trébol compramos una excursión a Monte Albán, frente al rebosante Mercado Municipal. Una niña guapa canta arrastrándose con su acordeón y otra me acerca el platillo.

Volvemos al Café Jardín. Dos hombres de guayabera hablan de lo difícil que es llevar a los hijos cuando están casados. El otro pinta óleo, le va muy bien en los USA. Le puse un negocio de asulejos de baño y allí se me tumbó el muy cabrón. Unas parejas bailan danzón en la calle ancha de la Bastida con la música de un pequeño radiocassette. Nos bebemos una cerveza en un bar de intelectuales mejicanos, Los Cuiles Café, donde se charla y se juega al ajedrez entre cuadros y una bandera republicana española. Lo dibujo sin convicción, porque sólo me llaman la atención el mosaico del suelo y las bovedillas del techo. Fuera del Zócalo, Oaxaca está matarile. En el hotel nos guardarán las mochilas mañana. Mientras escribo me acompañan una pequeñas cucarachas. No le digo nada a Beni. Pienso que en este país el presu del hotel no debería bajar de los trescientos pesos si uno no quiere pasar la noche de safari.

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