martes, 16 de octubre de 2012

cholula






Temprano cogemos un colectivo a Puebla y de allí a Cholula. El Hotel Reforma está bien. Subimos con la procesión de Santiago a caballo hasta la iglesia arribota de la pirámide. Llevan vírgenes en cajas de cristal a cuestas entre olor a incienso y los pregones de las vendedoras de cucuruchos de chapulines (saltamontes pequeñitos). Compro una medida pequeña por 15 pesos. Están crujientes, cuesta un poco el abdomen. En un local pequeño del zócalo, nos pedimos un tamal con una crema de leche riquísima, mientras la señora regaña a su hija mesera. Un chavo nos canta canciones conocidas como ese corrido que cantaban Kiko Veneno y Raimundo Amador, y otras de Compay Segundo y Manu Chao. Pedimos café de puchero.

Mientras Beni se apaña en la pelu, me quedo en los portales dibujando y bebiendo agua de tamarindo. Vemos la Capilla Real, talmente como una mezquita llena de columnas y pequeñas cúpulas. La iglesia, naranja, brilla sobre un fondo ennegrecido de tormenta. De golpe, todo se vuelve mágico, como si algo tremendo fuera a pasar (alguna fuerza ultraterrena insufla vida al muñeco diabólico). Dan miedo esas nubes negras avanzando por el cielo. Llueve tanto que nos largamos al hotel.

Después de una siesta, recorremos el pueblo hasta el zócalo. Allí nos sentamos en el Café Tal, con buena pinta y calefactores en los soportales. Aguantamos hasta que un pesado trovador nos canta canciones de Aute modorra y monótonamente.

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