Desayunamos en un restaurante en medio de la selva. Hablamos con unos catalanes que llevan el sentido inverso a nuestro viaje. Nunca compramos El País, dicen, sólo La Vanguardia o El Periódico. Los ríos están inundados. Pasamos pueblos de chozas y gente con blusones blancos y el pelo largo, son los mayas lacandones, una comunidad casi extinta. Llegamos al embarcadero fronterizo del Corozal. Migración nos mira los macutos. Nos montan en una barca hasta Bethel. Estamos en Guatemala, los miños nos saludan, nos enseñan sus monos, no quieren fotos. Aquí nos espera una vieja camioneta. Vamos por un carreterín pedregoso, dando botes. Nos cruzamos con caballos. Poncha una rueda, paramos en el primer pueblo a arreglarla. Nos meten en una tienda rodeados de perros sarnosos. Un chaval quiere saber de España y Europa. Le dibujo un mapa. Ah, dice, esa isla es Inglaterra. La gente se cabrea porque hoy no podremos ver Tikal, llegaremos muy tarde y mucha gente tiene los días contados.
Ya estamos en Flores, ante una carne exquisita y una cerveza gallo que disuelve cabreos y cansancios. Oyendo una música celestial de salmos cristianos con ritmos caribeños, a la luz de una vela, dentro del lago, fumándome un payaso. La Isla de Flores tiene dos calles circulares: la exterior, que da al lago, y la interior, que da a las pequeñas manzanas que rodean el Zócalo. Nos lo cuentan en Doña Goya, donde nos hemos hospedado. Compramos los boletos de mañana a Tikal y pasado a la Ciudad de Belize. Guatemala es más barato que México. En el Restaurante Tucán tienen este hermoso ave de pico desproporcionado y colores vivos. Nos dicen que es de la Reserva Tojilla, donde también hay simios, tapires, ocelotes y papagayos, y que también hemos visitado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario