miércoles, 20 de julio de 2011
de pardina del solano a ruesta
Luis y Sara nos ponen una cena rica y copiosa, después nos abren una botella de pacharán de su cosecha. Luis la abre, pone los hielos en el vaso, nos sirve y se sienta con nosotros para charlar. Cuando la cosa toma el aspecto de una comida de negocios me pierdo.
Me despiertan los curritos de la autovía, que se levantan a voces, y me levanto temprano. Doy una vuelta por la finca, visito las naves y los caballos.
La ruta de hoy resulta un poco insulsa. Más cabañares entre los rastrojos, con el único atractivo de las badlands. o tierras valdías, que son colinas erosionadas que dejan ver sus faldas plisadas de pizarra desmenuzada gris, y Artieda, un pequeño pueblo de piedra encaramado a una colina donde nos comemos un bocatas de tortilla de patatas con cebolla, sentados mirando el valle. Buen final de etapa alfombrado por la silre de un robledal y bajo palio sombrado de sus hojas lobuladas. En un claro, la ermita de San Juan Bautista, de la que sólo queda el abside, que se preserva con una estructura metálica techada. Y al final, la silueta fantasmagórica: entre árboles verdes, la silueta de su estilizado castillo y la torre de la iglesia elevándose sobre una completa ruina: Ruesta.
El tema de hoy son las piedras-marcadores azules que hay por todo el camino. Es una forma de reivindicar esta parte del Camino Aragonés que se quiere anegar con el recrecimiento del pantano de Yesa, con una presa afectada por los terremotos.
Ruesta, su ruina, es el resultado de este pantano. Ahora lo ha tomado la CGT y lo está reconstruyendo poco a poco. Es un pueblo vacío (un habitante) donde han hecho un albergue, bar y comedor, además de un edificio para ellos. Las casas arregladas tienen un letrero con el nombre de quien fuera su propietario. Es un sitio extraño y agradable. Ahora mismo escribo en la calle con la luz de la luna y hay un silencio que no recuerdo haber oído nunca. No se oye absolutamente NADA.
Al hospedarnos en el albergue, hemos conocido a los peregrinos que siguen las etapas al tiempo que nosotros. Un alemán que lleva a hombros hasta la cocina de butano y que va a todo trapo (y que el año pasado se chupó enterito el camino francés), la pareja de alemanes de la que he hablado, creo, que son daneses. Dos mañas de Illueca (Lourdes y Pili) simpáticas, que dibujo, el abuelito gruñón (maestro jubilado) y su mujer, super agradable, que se llama Laly; y César, de Bogotá, que nos dice estudió en la universidad con el presi de Colombia, que se acaba de separar y anda por el camino comiéndose el tarro. También hay dos ciclistas de aspecto extraño (blancuzco y quebradizo) que vienen de Somport, pero que trincan mucha carretera.
Nos han dado una habitación para los cuatro, que he tenido que abandonar por el derrotero polifónico que está cogiendo el asunto. Voy a intentarlo de nuevo.
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