viernes, 29 de julio de 2011

trasiego

Madrid, Almagro, Bolaños, Mestanza.
Mi tren llega hasta Badajoz. El cruce de tanta gente que camina en todas las direcciones me aturulla. Siento que la estación bulle como una olla. Encuentro una salida en la puerta trasera de una bar. Fuera hay una terraza llena de azafatas que hablan de su estupendo trabajo gracias al nivel de exigencia de sus jefes. Me siento en una silla que parece ha sido colocada para mí. Me fumo un cigarro mirando un grupo de turistas rubias. Una de ellas se rasca la barriga mientras habla por teléfono como si estuviera en casa. Saco un libro de Kafka y leo: El alboroto de los conejos que corretean delante de la cabaña. Me levanto a medianoche y veo algunos de los conejos sentados delante de la puerta. Sueño que oigo declamar a Goethe, con una libertad y arbitrariedad infinita.
El tren llega a la vía. Me calzo la mochila y subo al hueco de la puerta que acaba de resoplar. Siento en los tobillos la caricia suave de los conejitos blancos de Franz. Una mujer rompe a llorar: ¡Me han robado la cartera! ¡Me han robado la cartera! ¡Llevo mucho dinero! El matrimonio se bloquea, entonces le paso el teléfono que aparece en la trasera de mi tarjeta para que llamen. La mujer dice al aparato: ¡Se han llevado todo, todo,todo! Olvidan las gracias. Cada diez minutos el tren se para. Hay un problema de señales, dice el revisor a la gorda de Almagro.
Mi madre está dormida. Riego las plantas. Vamos a la huerta, Tranqui salta de alegría. Cogemos calabacines, guindillas y huevos. Nos comemos un pepino con sal y cerveza bien fría debajo de la parra. Tranqui no se cree que pueda estar de vuelta. Hace fresco y apenas hablamos. Nos tomamos unos caracoles en el parque y pisto donde Floren.
Mi madre ya está despierta. Canto solo en el coche mientras voy a Mestanza. Beni salta de alegría, no se cree que pueda estar de vuelta. Y ahora en el patio, oyendo los viejos pasodobles de la verbena, yo tampoco.

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