miércoles, 11 de noviembre de 2020

juguetes, juegos y arqueología

El juguete es consustancial a nuestra especie, siempre ha existido porque en todos los grupos humanos ha habido niños que los han utilizado, fabricado y aprendido con ellos. No son objetos para ser conservados, se usan hasta que se rompen y su utilización caduca con la edad; por lo que se hicieron con materiales perecederos que no han dejado huella en el registro arqueológico. También porque como juguetes se emplearon seres vivos, plantas o animales, cuyos restos no pueden ser relacionados con esta actividad. Incluso los objetos desechados por los adultos han pasado al mundo de los juegos infantiles. Muchas piezas extraídas de excavaciones, prospecciones o hallazgos pueden tener este significado. Podrían tener otros usos, pero su contexto arqueológico, ajuares funerarios infantiles, lugares de habitación o características del propio objeto, han proporcionado certezas sobre su uso.

Muñecas de terracota. Uno de los primeros ejemplos es una muñeca ibérica, de unos 8 cm, los brazos articulados y restos de pintura en su superficie, encontrada en el Tossal de Sant Miquel de Lliria (Valencia). En otros contextos celtíberos estas figuras cerámicas femeninas se han considerado como exvotos, cuando en ciertos casos pudieran ser juguetes. En la época romana, las muñecas más conocidas son de marfil y hueso en tumbas infantiles, pero también son frecuentes las de barro articuladas. Esta tradición de muñecas de arcilla persiste en la Edad Media y en algunos lugares como Murcia ha perdurado hasta mediados del siglo XX. La mayoría de las muñecas de barro hasta principios del XIX eran figuras vestidas con las extremidades pegadas al cuerpo para evitar roturas. A mediados del XIX se inicia la costumbre de fabricar muñecas desnudas para vestir y con los brazos abiertos en cruz.

Ajuares domésticos en miniatura. Son piezas de vajilla cerámica muy pequeñas, frecuentes en yacimientos arqueológicos de todas las épocas. No hay dudas de su existencia desde la época romana, donde sus muñecas disponían de sus complementos adecuados: muebles pequeños, adornos, vajillas. En Italia se han documentado hallazgos de elementos de cocina y vajillas en miniatura en plomo. En el Museo Arqueológico Nacional, encontramos miniaturas hogareñas en bronce halladas en Palencia, atribuidos a un enterramiento infantil fechado entre los siglos I aC y II dC. Se conocen también los vasos diminutos de cerámica hallados en Astorga o las piezas diminutas de los alfares de Triana del siglo XII a XIV. 
Los últimos hallazgos han permitido relacionar ciertos cuencos diminutos con la infancia en periodos anteriores. En diferentes yacimientos del Bronce Pleno se han encontrado vasitos cerámicos de mala factura en contextos de habitación en relación con los niños. En la Motilla del Azuer, en una sepultura de un niño de 8 o 9 años de edad, se ha encontrado un ajuar con varias piezas cerámicas diminutas, con paredes irregulares y cocidas a muy baja temperatura. Son reproducciones  a pequeña escala para el proceso de socialización y aprendizaje en las comunidades de la Edad de Bronce. Fueron usadas por los niños y a veces también fabricadas por ellos, como aprendices tempranos de actividades artesanales.
En la Edad de Hierro también se encuentra esta asociación de miniaturas y niños. En la necrópolis de Las Ruedas (Padilla de Duero, Valladolid), la presencia de vasijas a mano de tamaños reducidos no es exclusiva de los enterramientos infantiles. En contextos domésticos han aparecido junto a pequeñas figuras zoomorfas y morillos.
En la mayoría de las culturas, los niños suelen comenzar su integración en el mundo adulto imitando a sus padres, empezando a adquirir las habilidades y técnicas necesarias para ganarse la vida o manejar un hogar.

Figuras zoomorfas de terracota. Las figuras cerámicas de animales existen en los yacimientos arqueológicos desde épocas tempranas, clasificándose como amuletos, exvotos, elementos decorativos y finalmente como juguetes. Lo que incita a clasificarlas como juguetes son su acabado tosco, sin vidriados o solo parciales y sus cabezas inacabadas. La representación de animales en barro es frecuente en los yacimientos de la Edad del Hierro. El Museo Numantino guarda una figurilla con forma de toro del sigo I aC. En El Castelillo (Alloza,Teruel), siglo III o II aC, se encontró un caballito moldeado toscamente junto a un recipiente interpretado como biberón. Estas figuras encontradas en contextos domésticos y otras recogidas en tumbas infantiles se explican mejor como juguetes que como objetos para el culto, como Galán cuenta en su estudio sobre las figuras de Las Arribillas.
Pese a la prohibición coránica de la representación figurada de la naturaleza, la arqueología islámica medieval demuestra la costumbre medieval de fabricar animalitos y venderlos en las fiestas, aunque su origen fuera cristiano y por tanto reprobable. En la zona murciana, el animal más frecuente, como en la Edad del Hierro, es el caballo.

Juegos de azar y mesa: Tabas. Este antiguo juego, en que se tira al aire una taba de ternero para ver e qué posición cae, se ha jugado hasta épocas muy recientes ,hasta ser sustituidas por cajas de cerillas. Son elementos frecuentes en yacimientos de poblados y metrópolis de la Edad del Hierro. No están asociadas a tumbas de niños o jóvenes, pero también aparecen en ellas. El arte romano ha representado este juego y aparece también en sus escritos. Sabemos que había varias formas de jugar, algunas de las cuales se han mantenido hasta fechas recientes: una consistía en tirar cinco huesos de uno en uno y recogerlos en el dorso de la mano, ganado quien más recogiera, como aparece en una pintura mural de Herculano; otra consistía en tirar cuatro tabas al aire y se contabilizaban los puntos que resultaban de sumar las caras en que quedaban boca arriba (cuatro, pues no se cuentan las de los extremos) y que eran: unio, que valía uno y hacía perder, su opuesta senio, que valía seis y permitía ganar, ternio, la convexa, y quatrio o quaterno, la cara cóncava; una tercera modalidad, consistía en arrojarlas dentro de un círculo o un agujero hechos en la tierra, tantas como entraran se ganaban al contrario, importando también la posición en que caían; en otra se tiraba al suelo y el contrincante trataba de tocarla con la suya, quedándose con ella si lo conseguía.
Es posible que este juego fuera el origen del de los dados, pues en Alcudia de Elche se encontrarom varias tabas con diferentes perforaciones en cada cara.

Dados. Los dados son un símbolo del azar y forman parte de numerosos juegos de mesa y azar. Las piezas más antiguas conocidas se fechan en el III milenio aC en el valle del Indo y Mesopotamia, con las características formales y la disposición de los actuales. En los dados griegos, romanos y etruscos los numerales aparecen de forma que las caras opuestas suman 7; norma también escrita por Alfonso X en los Libros de acedrex, dados y tablas, para equilibrar el peso con un número equitativo de perforaciones. A la península llegan con la romanización. Podían lanzarse con la mano, o con cubilete para evitar trampas. Se podían ganar o perder grandes sumas de dinero. Pese a las prohibiciones del juego, no es raro encontrarlos en contextos islámicos de la península. Los cristianos también condenaron su uso, aunque eran tan corrientes que Alfonso X los incluyó en sus Libros. También eran frecuentes los dados trucados, no equilibradas sus perforaciones, como uno de cerámica recuperado en el yacimiento de Alarcos (Ciudad Real) fechado en el siglo XII. Tormo Ortiz dice que apareció la costumbre de situar el uno opuesto al dos, el tres al cuatro y el cinco al seis.
El juego de los dados no es un juego de niños, pero ellos aprenderán a jugar con los mayores.

Juegos de mesa. Los soldados romanos debieron introducir los juegos de tablero en los ambientes indígenas de la península y van apareciendo en el territorio con el avance de la romanización. Los juegos de mesa y azar fueron muy populares en el mundo romano usándose tableros, fijos o portátiles en distintos soportes. Fijos se conocen los grabados en el corredor de entrada del anfiteatro de Itálica, o los del teatro de Mérida, así como en numerosos edificios públicos de Roma. De los portátiles, los de pizarra hallados en los castros asturianos, los ladrillos de Munigua con el juego del alquerque en una cara y el de las tres en raya en la otra, o el de Hita, con cavidades circulares para colocar las fichas.
Algunos juegos romanos son precedentes de otros actuales como las damas o el backgammon. En la época islámica fueron muy populares, a pesar de su desaprobación por el juego.

Alquerque o molino. Existen las variedades de nueve y de doce fichas. En el primero se colocan las fichas en las intersecciones de la líneas del tablero. Puestas todas, los jugadores mueven una ficha a un lugar vacío adyacente hasta conseguir tres en raya o molino, que le permite comerse una ficha del enemigo; cuando un jugador queda solo con dos fichas o sin poder mover, ha perdido la partida.
Los primeros conocidos (templo de Kurna, Egipto, 1400 aC; Troya y Mulva) eran como los actuales. También se han encontrado en la ciudad hispano musulmana de Vascos. El Libro de Alfonso X describe
las variedades de nueve, doce fichas y tres, con dado y sin dado.

Tres en raya. La versión más conocida es la simple, que supone colocar tres fichas en línea. La doble se jugaba con nueve fichas y el tablero estaba compuesto por cuatro simples adosados, siguiendo las mismas reglas pero formando cinco en raya. También lo jugaban los niños romanos.

Fichas y tejos. Entre la Edad del Bronce y la Edad Media, la mayoría de las fichas se fabricaron aprovechando los fragmentos de cerámica recortados para darles una forma discoidal que, en ocasiones, se perfeccionó limando los cantos. Otra están realizadas en piedra, al no implicar ninguna dificultad técnica. Es un hecho admitido que son fichas de juego las piezas pequeñas limadas entre la época romana y principios de la moderna, pues están documentados los juegos que precisan de ellas; aunque se conocen muchos ejemplos en el ámbito mediterráneo de juegos sobre tableros, como los de Micenas y Lesbos. Existen piezas discoidales de la Edad del Bronce, pero no se conocen tableros ni juegos que las sustenten, pero sí que están ligadas al mundo infantil las encontradas en el enterramiento de un niño de la Motilla del Azuer (Daimiel) junto a miniaturas cerámicas.
En los contextos romanos se fabricaban en cerámica, vidrio y hueso. El conjunto más completo se encuentra en el Museo Arqueológico de Sevilla, de una tumba de Alcalá de Guadaira (Sevilla): 18 fichas de hueso bien trabajadas y decoradas con series distintas de círculos concéntricos, que permiten separarlas en dos grupos de nueve y que podrían ser fichas para el juego del molino. Los juegos romanos con fichas eran muy diversos; uno de los más conocidos era el ludus latrunculorum, un juego de estartegia, entre las damas y el ajedrez, con 32 fichas de dos tamaños y dos colores. Otro muy popular era el duodecim scripta, con 15 fichas cada contrincante. En la Edad Media se mantuvieron y nacieron otros como el alquerque de doce.
En general, las piezas de mayores dimensiones se han considerado como piezas de telar vertical o tapaderas, en algunos casos sin evidencias de recipientes que cerrar. Bien podrían ser tejos, cuyo nombre viene de haberse realizado a partir de un fragmento de teja, y que pudieron haber servido, al menos ocasionalmente, como piezas de otros juegos, no ya de tablero, sino de lanzamiento o habilidad.
No se debe descartar la posibilidad de su uso en juegos de puntería como la tanguilla o las chapas, juegos tradicionales que se han mantenido hasta fechas recientes en el ámbito rural.

Campanillas y cascabeles. Aparecen campanillas de bronce ya en los enterramientos ibéricos de niños. En la época romana ya eran parte de algunos juguetes como los aros, que los harían sonar con su movimiento.

Silbatos. Se conocen ya en la época romana (villa de El Val). En el mundo andalusí era un objeto muy común, diferenciándose el silbato, de sonidos estridentes, y el ruiseñor, con gorgeos conseguidos insuflando aire en un depósito lleno de agua. En muchos casos, el silbato medieval complementa una figura animal: caballos y bichas o serpientes. Sus usos no están claros, especialmente los de sonidos estridentes, para espantar malos agüeros o simplemente armar jarana. El atractivo para los pequeños es simplemente hacer ruido.

Bolas o canicas. Algunas bolas de cerámica o piedra provienen de yacimientos de la Edad del Hierro. Algunas pueden ser proyectiles de honda, para calentar líquidos en vasijas de madera o elementos de intercambio comercial, antecedentes de las monedas. Las más antiguas aparecen en el Final Neolítico y son muy abundantes en yacimientos medievales y de la Edad Moderna. Son casi inexistentes en el ámbito ibérico, pero muy habituales en la cultura celtibérica. En la necrópolis de Numancia se asocian más a adornos que a armas, y no se descarta el uso para juegos. La bola romana de El Tesoro de los Bochones se relaciona con las canicas (ocellatis) con las que jugaban niños y niñas romanos y que está bien documentado. Piedras de caliza, mármol o barro de diferentes colores que también se usaban como fichas en tableros de mesa con oquedades para poder ser encajadas. Se puede pensar que en la Edad del Hierro se usaran también de un modo lúdico en juegos de lanzamiento, pero no de tablero, que surgen con la romanización.
En el yacimiento de La Guirnalda hay una pieza de forma bicónica, fabricada con las manos con las mismas características que las bolas. Su forma recuerda a una pirindola, una versión más pequeña del trompo, al que ya jugaban los niños romanos. Parece que tenía un carácter adivinatorio. Se jugaba con ella haciéndola girar en la mano, aguantando las cosquillas, o bien en un círculo de donde sacar chapas o piedrecitas.

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