viernes, 9 de octubre de 2020

liquidámbar






























El otoño colorea los árboles de amarillos, cobrizos, naranjas rojos y púrpuras. Los madrileños pueden disfrurarlos en sus numerosos parques y plazas. En el  Retiro, el Campo del Moro, el Parque Atenas, la Casa de Campo, el Parque Ana Tudor, el Paseo del Prado, el Jardín Botánico... y muchos más plazas y jardines combinan sus fuertes verdes de pinos y abetos con amarillos, cobres y rojizos. Empezaron los castaños de indias y más tarde vendrá toda la gama de los álamos negros y ese fuerte amarillo de los ginkgos inmensos de la Fuente del Berro o la Plaza de la Lealtad.
Los que ahora muestran su gama del verde amarillo hasta el púrpura es el liquidámbar, cuyo nombre es debido a su goma, el líquido ámbar, un árbol mediano que puede llegar hasta los treinta metros de altura y dos metros y medio de diámetro del tronco, nativo del este de los USA, del sur de Nueva York hasta el istmo de Florida, y algunas zonas de Centroamérica. Tiene las hojas lobuladas al estilo del arce, de las que se distingue fácilmente porque en este caso son alternas. Sus inflorescencias masculinas son cónicas y erectas, las femeninas colgantes. Su fruto pendular es seco, pesado y globoso. Sus semillas aladas se distribuyen gracias al viento. 
Los indios americanos usaban su goma (su nombre científico Liquidámbar styraciflua insiste en ella), su corteza y su raíz para usos medicinales (antidiarréico, dermatológico, febrífugo y sedante). Los mejicanos mezclaron su goma con el tabaco. Dado que su madera es muy pobre para carpintería o leña y que no tiene grandes propiedades terapéuticas, su uso es casi exclusivamente ornamental.
En Madrid, pueden verse unos bonitos ejemplares en el Parque Ana Tudor, en el Retiro y en Madrid Río, de donde cogí la hoja que ahora decora mi cuaderno de bolsillo.

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