Volvemos al bar Tribuetxe, en la calle Tribulete de Lavapiés. Todo sigue como si nada. Aitor sigue tirando cañas y recogiendo ricas tapas calentitas de la ventana de la cocina. A falta de terraza, tiene toda la fachada abierta de par en par. La parroquia ha disminuido, así como la lista de vinos por copas. Nosotros nos sentimos como en casa. A gusto delante de esa rica brocheta de setas y langostinos. Hago un dibujo rápido para ver si alguna vez seré el mismo.
-¿No me habrás dibujado otra vez?, pregunta Aitor.
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