domingo, 11 de octubre de 2020

el último toque




Las esculturas pensadas para la intemperie de parques, jardines, cementerios y palacios, reciben con los años la última capa artística, una capa que aparece en ausencia del artista. Esta capa natural la forman fundamentalmente los líquenes. Son ellos los que colorean las piedras como viejas fotografías. Así cogen color y nuevas texturas, marcando, quizás, el paso inexorable del tiempo. Evidenciando también muestras de degradación, podredumbre, enfermedad y vejez. 
Nuestro cuerpo también se siente invadido y deteriorado en el tiempo; una especie de mapa de arrugas, cicatrices, pérdida de piezas dentales u otras partes del cuerpo, deformaciones, secuelas de enfermedades, etcétera, convirtiéndonos en estatuas vivas que la fotografía ha convertido en arte.
Soy muy sensible al efecto visual de la invasión de esta simbiosis de algas y hongos capaces de asentarse sobre cualquier superficie y que colorean las piedras a la vez que contaminan la perfección del artista.
El agua disgrega los granos minerales y la respiración celular, debido a la liberación de dióxido de carbono, produce un efecto acidificante sobre la roca que se añade a los ácidos orgánicos liberados por el componente fúngico del liquen. El hongo excreta fundamentalmente ácido oxálico que, en interacción con la roca, forma los oxalatos y en especial el oxalato cálcico, que al ser poco soluble forma esas pátinas de diferentes colores dependiendo del tipo de roca, las condiciones ambientales y la concentración de otros oxalatos metálicos. 
Contra la idea de los grandes restauradores del Patrimonio, considero este fenómeno como el último toque artístico, como un valor estético añadido.
El escultor británico Jason de Caires Taylor ha creado un museo submarino, el MUSA, a ocho y cuatro metros de profundidad en las aguas caribeñas de Manchones y Punta Nizuc, en Isla Mujeres, muy cerca de la península del Yucatán, donde hay gran proliferación de corales. Buceando pueden verse cuatrocientas esculturas construidas con hormigón marino de pH neutro, que estimula el crecimiento de los corales y la vida marina, una pátina buscada en este caso y, por tanto, parte importante del aspecto de la obra. Lo que pudiera ser una escultura mediocre en un jardín, se convierte así en una auténtica obra de arte. Esta vez controlada por el artista, pero también en su ausencia.

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