Las conversaciones de grupo en WhatsApp cada vez me recuerdan más los diálogos de aquel teatro que se llamó del absurdo, pero sin la gracia de La cantante calva.
Cuando, de joven, llegué a estudiar a Madrid, me rebelaba que todo el mundo siguiese unas pautas marcadas desde arriba, como esperar al monigote verde en los semáforos, seguir los caminos marcados en el asfalto, atender a silbatos y luces como a un capitán, tener que seguir unos requisitos para sacar tu dinero del banco, aguantar que un policía entrase el arma por la ventanilla del coche, etcétera.
Ahora estoy absolutamente escandalizado con la obligación de estar informatizado e internetizado para nuestras relaciones con los bancos y grandes compañías, la necesidad del móvil para conseguir servicios y que, finalmente, lo menos caro para vivir sea comer.
El móvil se ha convertido en el objeto más desarrollado tecnológicamente del planeta, hasta convertirlo en algo caro, pues ya es obligatorio tener internet. ¿Qué pasará con toda esa gente que queda fuera de este sistema?¿Tendrán que dejarse engañar por los bancos y grandes compañías?¿Quién podrá salir de la pobreza, de la discriminación? Y los que han entrado ¿Leerán diariamente este tipo de textos para nada?
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