miércoles, 18 de marzo de 2015

tres casas mirando al pacífico


Dormimos bien con las mantas a pesar del frío que hace por la noche. Cogemos el 101, que atraviesa Quilpué, Viña del Mar, su hermosa costanera llena de palmeras y, finalmente, el anfiteatro de colores que es Valparaíso. Paramos frente al Mercado del Cardonal, plagado de gente entre frutas y verduras, que rebosa las calles adyacentes y pillamos un bus en la terminal cercana, que nos lleva a Isla Negra.

Bajamos una calle de tierra hasta la casa de Pablo Neruda, en una costa impresionante llena de rocas grises que se tornan negras cuando el agua las moja. Es esta costa lo que más nos impresiona, pues la casa, en una primera vista, es un tanto hortera y caprichosa con esas ruedas por debajo y unas campanas en unos palos cruzados.

Resulta luego ser un laberinto curioso de madera lleno de colecciones y maravillosas vistas al Pacífico, que lo justifica todo y va conformando una idea de barco varado propio de alguien que ama el mar pero que no ha nacido en la costa. Más cónsul que poeta sufriente, aparece un Neruda tras la puerta de un armario mientras sus amigos se beben el fondo del mueble bar en vedreado de colores. Rincones para ser felices con las vistas de los rompientes entre camas y sillones de barco, copas en veladores de bistró parisino, mascarones de proa con una interacción poética, caprichosa y demás historias para contar. Como un tren, la casa se extiende de vagón en vagón en una estación costera.

Cuando trato de dibujar una colección de diablos alados, que me encanta (como esa de botellas de mujeres desnudas), tras una de las puertas, un segurata me lo impide y me indica que solo puedo dibujar desde fuera. Pero es en la calle, donde la casa nos entusiasma, ese jardín de alohes y demás plantas carnosas que tapizan las rocas de una bellísima costa. Justo, pienso, lo que Neruda y todos nosotros podemos llegar a amar.

En una parada que imita grotescamente alguna zona de la casa, un autobús nos lleva a Valparaíso. Donde vemos la casa estudio de otro glorioso chileno: el dibujante humorístico y caricaturista Lukas, en pleno cerro Concepción justo enfrente de la subida del ascensor de este nombre y que está averiado. Subimos las escaleras sin fin hasta este mirador coronado por una hermosa palmera canaria.

Sería de desear que, en vez de tanta fotocopia, pudiéramos ver más originales, pero lo que hay es muy bueno. Llama la atención el estudio del dibujante con unas vistas estupendas al puerto y que toda la planta baja la hayan convertido en un café.

En un colectivo angustiosamente veloz llegamos a La Sebastiana, casa de Pablo Neruda en Valparaíso, cerrada. Vemos el exterior, que sigue sus gustos marítimos, con formas curvas de paredes pintadas y grandes ventanales como cabinas de mando de un barco. Y, claro, hermosas vistas. Bajamos leyendo poemas de Lorca, hasta el Puro Café, un café con murales y muebles hermosos y cómodos, donde nos clavan.

Ya en casa de Bety, nos esperan con la barbacoa encendida, es una pila de lavar con una reja encima, con gruesos trozos de carne que Cristian vuelve. Bety se ha puesto sus mejores galas, con colores nerudianos, y han abierto una botella de Carmenérè para despedirnos. A la cena se añade su vecina Luz Marina, más Neruda en la cena. Comemos, reímos y brindamos con vasos transparentes. Y yo los dibujo sin trabas, para llevármelos conmigo.

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