Bajamos corriendo dormidos y sin lavarnos las escaleras de los árboles, y es de potra que cogemos el bus a Chillán en la puerta de la cerca del mirador. El desayuno va en el bolso, de los cual nos alegramos, pues de haberlo comido y a la velocidad vertiginosa con que baja las cuestas el conductor, aprovechando el carril izquierdo, de seguro ya habríamos vaciado. Son cerros y cerros al borde del Pacífico repoblados de pinos abetos y eucaliptos para le industria maderera. La camioneta para cada minuto a coger a la gente de las casas del campo. ¿A qué tan aprisa si tenemos que esperan en Cobquecura y Quirihue?
De Chillán pillamos un TourBus comodísimo hasta San Fernando. Se empiezan a ver viñas, algunas con bolsas en la parte inferior de las cepas y otras con las hojas violetas. También maíz. En San Fernando un colectivo nos lleva de la ruta 5 hasta la terminal, y allí cogemos el definitivo a Santa Cruz, en pleno Valle de Colchagua, la zona vitivinícola más importante de Chile (y la del mundo, según un jurado internacional en 2005, la primera vez que se premiaba así una zona no europea). Aquí trajeron las cepas los españoles y, cuando los hacendados se forraron con la minería, trajeron cepas francesas de cabernet sauvignon, chardonnay, merlot y carménère. El hecho de que aquí no exista la filoxera (insecto que entró en España en 1870 y se propagó como plaga destruyendo la vid - esto justifica tantas medidas para no introducir ni plantas ni semillas en el país), hace posible ver cepas de más de cien años en perfectas condiciones de producción.
Nos encontramos una ciudad de casas de una o dos plantas como mucho, con mucho polvo y pocos árboles y una enredadera de cables imposibles de descifrar. Viviendas feas de ladrillo, y perros por las calles. La Fiesta de la Vendimia acabó el lunes, ahora pueden estar ustedes tranquilos ¿no es sierto? nos dice el dueño del hostal, que también arrienda bicicletas.
Paseamos por la tarde ignorando las excursiones a las bodegas (Beni no bebe vino y por ese precio podría llevarme un catálogo). Hace mucho calor por estos lares, ellos dicen que no es normal. Vemos algunas casas neo coloniales como la iglesia y el internado de varones, pero nada del otro jueves. En la plaza una casita de reloj enseña sus mecanismos por la ventana.
Al atardecer encontramos nuestra recompensa en la Plaza de Armas, en un banco, rodeados de palmeras de abanico, araucarias, pinos abetos y tilos. Se está bien y fresquito, viendo a la gente y a los perros pasear. Dejamos que la noche la inunde y las farolas hagan sombras extrañas. Es verano y esto es justo lo que recrea.
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