Lo más admirable de él es la forma en que amaba la vida.
Fue un hombre pacífico que usaba la cabeza, un extraño filósofo que había perdido la boína. Sabía divertirse, pero sobre todo sabía divertir a los demás, con ese enorme sentido del humor.
Bailaba solo, bebía solo y fumaba solo. No necesitaba a nadie para divertirse, para saborear hasta el final los placeres de la vida.
Era tan popular que en carnaval los chavales se disfrazaban de él, pero solo lograban imitar su traje.
Los que de alguna manera hemos rozado su vida, nos sentimos profundamente agradecidos y sentimos su muerte sinceramente, esperando que algún día aparezca en este pueblo un nuevo Chencho. O algo que se parezca.
Te acompaño en el sentimiento. Gente así es necesaria
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