En 1956, el poeta catalán Gil de Biedma acaba de llegar a Filipinas como abogado de la Compañía de Tabacos de Filipinas, negocio de su familia. Tiene 26 años y mucho mundo, pero aún le queda asomarse de verdad a todos los abismos de su identidad.
Como abogado de la compañía Tabacalera, Gil de Biedma realiza un informe sobre la administración general en las islas y su legislación. Un documento frío y burocrático donde nada podría intuirse del profundo mundo interior de este abogado de buena familia. Ese informe-radiografía de la Compañía de Tabacos de Filipinas lo incluirá el propio Gil de Biedma en el diario que escribió durante su estancia de seis meses en Manila.
El inventario es un paréntesis que suena a juego, al Biedma de luz y día, al hombre respetable que se esconde tras esa niebla de humo de tabacos exóticos que le oculta en la noche. En el diario surge otro personaje, una especie de Ulises que navega por mares inciertos. "Las islas de Circe" lo titula y es cierto que tiene mucho de odisea mitológica. El poeta se rinde a los cantos de sirena y las seducciones de la carne. Se sumerge con placer sórdido en los bajos ambientes de Manila donde encuentra a amantes de una noche. Gil de Biedma confiesa y desvela su homoerotismo y los encuentros con jóvenes que viven en covachas. Olor a sábanas usadas, barro, pieles sucias, sudor y semen. Y, aunque el poeta regresa a su confortable habitación siente la mala conciencia del burgués.
El poeta cae rendido en el exotismo del paisaje humano. «Mi gusto por los malayos me embriaga», escribe. Bebe vino de nipa con jóvenes hermosos vestidos con blusones de jusi y sinamay. Y queda hipnotizado por las fiestas o describe una pelea de gallos en Mindoro. En el diario aparecen también alcahuetes y prostitutos entre los tagalos, negros y efebos de Cebú. «Entretengo la tarde leyendo y escribiendo. Alivia escapar por unas horas del vertiginoso tobogán erótico en el que estoy subido y no sé adónde me llevará a caer, pero sospecho que no en blando», anota.
La tercera parte vuelve a subrayar el carácter mitológico de este viaje: De regreso en Ítaca. En estas páginas relata su regreso a España y su convalecencia de una tuberculosis en la casa familiar de la Nava de la Asunción (Segovia). Atrás quedan los días de Pagsanján. Es entonces cuando piensa y reflexiona mientras cae la tarde fría en el caserón que huele a muebles antiguos y a memorias familiares. Y Gil de Biedma se da cuenta de que la juventud ya es pasado y que un reloj empieza a contar las horas con urgencia: «Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde...».
El diario "Retrato del artista en 1956" es un libro póstumo, ya que se publicó en 1991. Sus páginas tienen momentos deslumbrantes en los que asoma un joven poeta que ha decidido mojarse en el charco de la vida.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
uno lo empieza a comprender más tarde
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
No volveré a ser joven. Jaime Gil de Biedma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario