miércoles, 9 de abril de 2014

candon, la playa y los huevos de pato





El baño de los hoteles siempre tienen un cubo grande y un cazo para bañarse a la asiática, que consiste en echarse agua sobre el cuerpo con el cazo. También es curioso que no tienen espejos. Tengo que afeitarme en la cómoda, ellos no tienen barba y las mujeres usan este mueble para peinarse. El jabón huele a naranja.

El Museo Etnológico tiene una bonita colección de tonterías. Al lado está la terminal de buses a Manila. Cogemos uno para Candon, pero sus playas están llenas de basura y la habitación del hotel es impresentable. El hotel es una especie de resort lleno de niños y chocitas familiares. El agua del mar está caliente pero no hay forma de que cubra.

Los pescados cantan en el karaoke. Llega un camionero americano con un águila tatuada en el brazo. Tiene un solo diente y vive con la familia filipina en una habitación. Pedimos calamares y un pescado que ya no tienen mientras el camionero fuma y bebe la cerveza nacional Red Horse y luego Super Strong cantando al ritmo del karaoke en alta voz. Viene un colegio entero de niños y niñas guapísimos que se añaden a la fiesta. El camarero ya lleva diez cervezas a tres un dólar. Ya es demasiado. Nos vamos al pueblecito de pescadores con unas barcas entre manchas de petróleo. Las preparan y salen de pesca echando mogollón de humo. Las mujeres cuelgan la ropa en los patios y los niños juegan con la arena y se bañan vestidos.

Cuando volvemos, la mesa del camionero está llena de pomillos. Cambiamos las sábanas y nos echamos una siesta, que se convierte en un avistamiento de cucarachas que chulas caminan con la música del karaoke.

Una moto con sidecar nos lleva al centro. Vemos la catedral, los colores de los santos los ridiculizan. Supongo que el de la sierra es San José. Recorremos el mercadillo del parque y la calle principal. Compramos unas frutas con flecos que parecen erizos y lichis. Pruebo el balot, que son huevos de pato fertilizados de once a dieciocho días con un embrión desarrollado parcialmente cubierto por la yema. A Beni le da asquillo, pero está muy rico. En uno de sus polos hay una parte más dura que también se come. Beni, sorprendentemente, se come el suyo. Solo se deja esa parte dura de extraña forma (¿será el pico?).

La moto de vuelta pincha. Para otra moto con dos mujeres en el sidecar, que hacen un hueco a Beni. Yo me instalo en el asiento trasero de la propia moto. Al llegar al hotel no quiere cobrarme pues pagan las señoras. Le doy 20 pesos y se pone tan contento. Es impresionante el buen rollo de los filipinos, especialmente de las mujeres, famosas por lidiar los problemas con buena cara. Ellas arreglan todo, no existe la tragedia. Ponemos la cama en el centro de la habitación para no ponérselo fácil a las cucarachas. Si veo alguna, procuro no comentarlo.

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