Me despierta temprano el gallo con las patas atadas. Visito la iglesia de Malate mientras Beni duerme. Dos torres y rejillas esculpidas en la piedra. Pequeña, historiada y sucia, como un panteón abandonado. Desayuno en la plaza café con leche con longsilog, que es una bandeja con huevo con chorizo y arroz. Horrendo café americano con leche en polvo.
Paseo por el malecón. Los bancos están llenos de gente dormida. Niños con la cabeza afeitada se bañan entre risas. Más al fondo, buzos con pasamontañas de tela negra. El Centro Cultural es enorme, el arquitecto fue demasiado literal cuando le dijeron que solo entraría gente grande. Como un faraón, como un dios, pensó. A la vuelta parejas se desperezan, se despiojan.
Algunas de nuestras palabras también lo son del tagalo. Solo hay que pensar en las cosas que no existían antes de los españoles y, por tanto, no tenían nombre: cuchara, tenedor, servilleta, cristo, religión, santa cruz, los meses y los días... son palabras que salen de la radio del taxi que nos lleva a Makati, el barrio de los rascacielos de cristal, el aire acondicionado, los móviles, seguratas armados y gente con corbata bajo las sombrillas de las aceras. Seven eleven, Stardust, McDonalds y bancos por un tubo. Coches 4x4. El Museo Ayala parece un centro comercial. Miramos y comemos en la terraza de un restaurante mongol en un séptimo piso. Todo está hecho a la plancha y luego se adereza con una salsa suave. En la sombra de este patio dibujo los rascapisos disfrutando de la corriente de aire que circula entre ellos y un cigarro que compré suelto. El vigilante mueve los objetos de nuestros bolsos con un palo. Me hacen abrir la lata de los rotuladores. No ve la navajilla.
Gustan de la música melódica, suave. En la terraza del bar de la plaza de Malate una pareja canta suavemente y tocan la guitarra y una caja de ritmos. Los niños miran como cambia el color del agua de la fuente. Encontramos cierta dulzura reparadora y empezamos a sentirnos bien, sin preocupaciones, sin grandes picos, como su San Mig Light y el Ice Tea con limón muy fríos. Algún norteamericano busca jovencillas, tristes porque ha muerto el papa.
El Boulevard Roxas, con una acera al mar, ya se ha llenado de grupos de música que hacen versiones en inglés, olor a barbacoa y gente cenando. Yo dibujo a los niños que se agolpan frente a nosotros mientras bebemos cerveza sentados en el malecón. Kearo se pone tenso. AC es un chulillo que baila dando vueltas y riéndose de RV, con el coco afeitado, porque se cae. Dean es simpática y guapa, el aire le descoloca el pelo. Rona nos pregunta dónde está nuestra casa.
En la Plaza Soluman, Alan canta folk americano en el quiosco de Minerva y Mathew. Ella nos pone unos pinchos morunos con té helado con limón. Paseamos por Remedios Street, entre quioscos de flores y bares. El Ciboney tiene unos colores preciosos y frescos en el interior que me encantan. Los moteros de Remedios Circle hacen poses para las fotos. Mis pies no paran de pensar en el betadine.
Paseo por el malecón. Los bancos están llenos de gente dormida. Niños con la cabeza afeitada se bañan entre risas. Más al fondo, buzos con pasamontañas de tela negra. El Centro Cultural es enorme, el arquitecto fue demasiado literal cuando le dijeron que solo entraría gente grande. Como un faraón, como un dios, pensó. A la vuelta parejas se desperezan, se despiojan.
Algunas de nuestras palabras también lo son del tagalo. Solo hay que pensar en las cosas que no existían antes de los españoles y, por tanto, no tenían nombre: cuchara, tenedor, servilleta, cristo, religión, santa cruz, los meses y los días... son palabras que salen de la radio del taxi que nos lleva a Makati, el barrio de los rascacielos de cristal, el aire acondicionado, los móviles, seguratas armados y gente con corbata bajo las sombrillas de las aceras. Seven eleven, Stardust, McDonalds y bancos por un tubo. Coches 4x4. El Museo Ayala parece un centro comercial. Miramos y comemos en la terraza de un restaurante mongol en un séptimo piso. Todo está hecho a la plancha y luego se adereza con una salsa suave. En la sombra de este patio dibujo los rascapisos disfrutando de la corriente de aire que circula entre ellos y un cigarro que compré suelto. El vigilante mueve los objetos de nuestros bolsos con un palo. Me hacen abrir la lata de los rotuladores. No ve la navajilla.
Gustan de la música melódica, suave. En la terraza del bar de la plaza de Malate una pareja canta suavemente y tocan la guitarra y una caja de ritmos. Los niños miran como cambia el color del agua de la fuente. Encontramos cierta dulzura reparadora y empezamos a sentirnos bien, sin preocupaciones, sin grandes picos, como su San Mig Light y el Ice Tea con limón muy fríos. Algún norteamericano busca jovencillas, tristes porque ha muerto el papa.
El Boulevard Roxas, con una acera al mar, ya se ha llenado de grupos de música que hacen versiones en inglés, olor a barbacoa y gente cenando. Yo dibujo a los niños que se agolpan frente a nosotros mientras bebemos cerveza sentados en el malecón. Kearo se pone tenso. AC es un chulillo que baila dando vueltas y riéndose de RV, con el coco afeitado, porque se cae. Dean es simpática y guapa, el aire le descoloca el pelo. Rona nos pregunta dónde está nuestra casa.
En la Plaza Soluman, Alan canta folk americano en el quiosco de Minerva y Mathew. Ella nos pone unos pinchos morunos con té helado con limón. Paseamos por Remedios Street, entre quioscos de flores y bares. El Ciboney tiene unos colores preciosos y frescos en el interior que me encantan. Los moteros de Remedios Circle hacen poses para las fotos. Mis pies no paran de pensar en el betadine.
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