Fethiye Camii (Panmakaristos) es una iglesia preciosa con franjas de piedra y de ladrillo visto con un techo lleno de cúpulas, fundada en 1292 y ampliada, la capilla mortuoria, en 1315. Su sencillez y la forma en que se ilumina dan una dulce paz. Mientras miramos, descalzos, dos hombres charlan apaciblemente.
Caminamos hasta la gran Mezquita de Fatih. Este barrio es distinto, más fundamentalista. Los hombres llevan casquete y largas barbas y a las mujeres, de negro, solo se les ve la nariz. Hago fotos en las terrazas de los tés. Un barbudo me dice que no está bien, que no lo haga. Se cabrea cuando me ve sacar la cámara del bolsillo. Esta mezquita es inmensa. En el patio hay puestos de artesanía y terrazas para tomar té. Un equilibrista camina sobre la cuerda floja y un chaval enciende el tabaco del narguile con un soplete. La mezquita está a tope de gente rezando. Se han puesto guapas las familias enteras.
Frente a la Mezquita de Suleimán están rehabilitando un monasterio bizantino. No podemos entrar. Bajamos la cuesta, dejando el acueducto a la izquierda, para entrar en el Kuçuk Pazar, un barrio muy animado donde los niños juegan por la calle. En las calles cercanas al Bazar de las Especias compramos sardinas fritas a nuestro amigo, que nos echa la mano y una sonrisa de oreja a oreja. Nos prepara un plato delicioso que también lleva verdura. Exquisito, por cinco libras turcas, unos tres euros.
Bajamos con la marabunta. El puente da miedo de los pescadores que soporta. Montamos en un barco por 25 libras. Recorremos durante dos horas las orillas europea y asiática del Bósforo, mientras hago dibujos rápidos.
Cogemos el tranvía y nos vamos en él al hotel a descansar. Después nos pegamos una buena cena, con potaje, donners, arroz y dulces. Bebemos esta bebida tan rica que llaman ayran.
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