domingo, 3 de noviembre de 2013

tés y narguiles bajo la lluvia


El plan de hoy es ver las grandes mezquitas, Topkapi, la cisterna, el Museo Arqueológico y el Hipódromo. Iremos en tranvía hasta Sultanahmet y luego caminando. Se pone a llover fuerte y nos refugiamos en el gran quiosco de madera junto al impresionante Acueducto de Valens. Todo está abandonado: teteras colocadas, tubos de narguile y alguna gallina entre los azucareros. La universidad tiene una gran bandera en la puerta. El Gran Bazar está cerrado. Otra vez se pone a llover fuerte y nos metemos bajo la sombrilla de un castañero y luego en el Café Loti.

El Hipódromo está lleno de chavales que beben leche con canela, que huele de maravilla. Entramos al patio de la Mezquita Azul, rodeada de seis minaretes, y luego a la propia mezquita por la puerta de los fieles. Hay lilas, tulipanes y claveles azules y verdes pintados en las paredes que le dan ese color azulado. Impresiona el interior con sus inmensas cúpulas apoyadas sobre cúpulas más pequeñas. En el jardín hacen caramelos.

Hay una cola gigante para entrar en Santa Sofía, así que la rodeamos pasando por las casitas de madera de la Sogukcesme Mulesi. Pasamos los muros del Topkapi Mulesi. Jardines preciosos, vistas del Estambul nuevo al sol y el Museo de Arqueología con piezas de las antiguas civilizaciones del Oriente Próximo, una pasada, y, en el otro ala, Troya, Chipre, Palestina, Grecia y Roma hasta Justiniano y el arte bizantino.

Los jóvenes van con trajes de rallas o cuero y zapatos de punta afilada. Juegan al tiro al globo o al paquete de tabaco con pistolas de plomos. Bajamos al puerto a comer pescado. Nos sentamos junto a la ventana de un restaurante para ver el movimiento de los barcos. Los camareros solícitos nos colocan las servilletas como las sallas de una mesa camilla. La dorada sabe a cieno. Los calamares están ricos.

El Hipódromo está casi vacío, con las casetas cerradas. La Mezquita Azul está soberbia iluminada. Entramos en el Sultán Café, de tres pisos, muy acogedor, donde tomamos té y fumamos en shisha. Nos dan las boquillas precintadas. Me relajo y me siento a gusto, como si fuera la rutina de mis domingos.

Nos damos una vuelta y acabamos en otro té-jardín fumando en narguile con Fátima y Yasas Sahin, una pareja de turcos simpáticos que comparten con nosotros, al fondo de un cementerio. Yasas no me deja pagar y me regala un rosario de los suyos. Son bonitos estos establecimientos y hay bastantes. Resulta curioso que estén anunciados con luminosos en las puertas de los cementerios.

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