La catedral de Santa Sofía es tosca por fuera, roja, de medidas enormes para una persona. Ya en el interior, en el techo de la galería derecha, pueden verse las paredes cristianas y la capa superpuesta musulmana tapando las imágenes. El interior es bonito en la oscuridad, las partes iluminadas delatan pinturas musulmanas demasiado brutas. Impresiona la rampa por la que se puede subir en caballo. la gran cúpula, el uso extraño de las columnas en círculo, las figuras bizantinas, el tamaño de las losetas de mármol del solado y, sobre todo, la enormidad del espacio.
Callejeamos hasta el Gran Bazar, que podemos visitar con sus tiendas cerradas pues hay una carrera popular en su calles cubiertas. Bajamos hasta el Mar Mármara por calles de adoquines y yalis desvencijadas. El barrio esta apagado bajo la lluvia. Nos metemos en un salón de té.
Bajamos al mercado de pescado y, por una puertecilla enana de hierro, pasamos al puerto de pescadores y a la lonja. Un tipo grita la palometa y la policía no nos deja hacer fotos. Comemos sardinas y pimientos rojos a la brasa en un restaurante pequeño de madera lleno de turcos. Los cristales están empañados. El camarero me dice que el ayran no va bien con el pescado, y bebemos agua. Es todo barato y muy rico.
Recorremos el barrio. Bajamos a una cafetería en un semisótano, donde juegan a las cartas sobre paños de terciopelo verdes muy desgastados. Las paredes están pintadas con barcos de pesca delante del precioso horizonte de mezquitas de Estambul. Hay una estufa de leña donde se calienta un joven que ahora nos sonríe. Nos bebemos dos tés. Pido un cenicero y me traen unas cartas cogidas con una goma. En la tele, más carreras de caballos.
En la orilla del Bósforo, junto al puerto de Karaköy, pescan con caña al lado de la mezquita (y su torre del reloj). Pasan a ella con una lámpara muy historiada. Las mujeres entran al piso superior. El Palacio de Dolmabahçe acaba de cerrar y nos dan otra vez con la puerta en las narices. Avanzamos al Museo Naval con el jardín abarrotado de cañones. Un nuevo palacio hace de hotel de lujo con embarcadero y helipuerto. Nos dejan pasar al jardín. Cuando empezamos a encajonarnos entre muros de cuarteles, nos damos la vuelta y cogemos un taxi hasta la parada del tranvía. Beni se va a descansar y yo, ya triste pues mañana nos vamos muy temprano, me quedo a saborear el último té.
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