El Jardim es tranquilo y solitario. Paseo por viejos y gigantes árboles de Mozambique, Australia, Japón y China, un jardín francés abandonado y el Observatorio Astronómico. Llegan niños y lo llenan de alegría. Bajando la escalera se llega a un jardín más salvaje con esculturas contemporáneas con cierto sentido del humor y muchas especies mezcladas con un criterio apacible.
Cinemateca y Bellas Artes, una enfrente de otra, en la calle Barata Balgueiro. Un galao de máquina, esperando que abran, en la terraza de la Cafetaria Picasso. La Cinemateca tiene una expo de José Loureiro y un restaurante chulo, con techo de madera, grandes ventanales a la terraza y friso de azulejos como los del metro.
De la Plaza de Comercio subo hacia Alfama. El salón de té japonés, la Casa dos Bicos, olor a sardinhas, el eléctrico lleno de turistas, alemán. La Sé es un auténtico castillo almenado, piedra vetusta, tres naves, crucero, una columna desplazada por el terremoto. La iglesia de enfrente es San Antonio, me dice un abuelo entre gargajos. Una filipina toca el cristal del santo. La luz baja de la cúpula. Santa Justina parece una monja en una urna de cristal, lleva guantes de encaje y perlas. Huchas y velas automáticas.
En un escaparate, una mujer elegante con cintura de avispa luce un corséfaja de ortopedia. En Madalera encuentro una cantina. Un viejo ciego se ha dormido. Luego se pone un cigarro en la boca y, tocándolo, se lo enciende. Cuando pregunta, canta. Me ponen una caña con altramuces. En el 32, una horma gigante colgada en la fachada de un zapatero. Putas y A Ginjinha, una antigua taberna donde te ponen un aguardiente de cerezas con este nombre.
Frente a La Brasileira hay una peluquería de caballeros que afeitan a navaja. Es tarde para ponerme en sus manos. Me hubiera gustado. Cojo el metro. Cenamos en casa con amigos dibujantes. Eduardo me presenta a su hija Mariana. Ricardo me trae pipas sin cáscara, pevives à portuguesa. Hablan de sus blogs y otras cosas que cojo con dificultad cuando hablan deprisa. Apunto algunos comentarios. Eduardo habla de su viaje a América del Sur. Margarida es más entrañable, con una especie de nostalgia familiar, de arraigo. Me enseña una antigua máquina de cine de su abuelo. Se me agolpan en la cabeza muchas valiosas mujeres que sus hombres tapan. Sacan la cabecita de detrás humildemente. Aquí estoy.
En un escaparate, una mujer elegante con cintura de avispa luce un corséfaja de ortopedia. En Madalera encuentro una cantina. Un viejo ciego se ha dormido. Luego se pone un cigarro en la boca y, tocándolo, se lo enciende. Cuando pregunta, canta. Me ponen una caña con altramuces. En el 32, una horma gigante colgada en la fachada de un zapatero. Putas y A Ginjinha, una antigua taberna donde te ponen un aguardiente de cerezas con este nombre.
Frente a La Brasileira hay una peluquería de caballeros que afeitan a navaja. Es tarde para ponerme en sus manos. Me hubiera gustado. Cojo el metro. Cenamos en casa con amigos dibujantes. Eduardo me presenta a su hija Mariana. Ricardo me trae pipas sin cáscara, pevives à portuguesa. Hablan de sus blogs y otras cosas que cojo con dificultad cuando hablan deprisa. Apunto algunos comentarios. Eduardo habla de su viaje a América del Sur. Margarida es más entrañable, con una especie de nostalgia familiar, de arraigo. Me enseña una antigua máquina de cine de su abuelo. Se me agolpan en la cabeza muchas valiosas mujeres que sus hombres tapan. Sacan la cabecita de detrás humildemente. Aquí estoy.
Conozco y reconozco lugares y personajes y me acercan todavía más a tus deliciosas páginas. Margarida es una gran mujer de las que cuando las conoces no olvidas nunca. me entran saudades al pensar en Portugal. De mi memoria no se ha perdido detalle del viaje en el que conocí a Eduardo, a Margarida y a Leonor, tu me lo recuperas.
ResponderEliminar¡Buena gente!
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