Amanecemos en un día triste, lluvioso. Vamos al mercado de baratijas Panjiayuan, que resulta ser un poblado y divertido museo, el más grande mercado de antigüedades de Asia. Aquí están todos esos cachivaches con los que la gente ha decorado sus casas: figuras de porcelana de Mao y obreros y campesinos caminando hacia el sol, piedras de jade, siluetas de papel hábilmente recortadas, muebles antiguos, preciosas páginas ilustradas y caligrafiadas, máscaras increíbles, ábacos, gorros de niños, maletas, radios antiguas, juguetes... es todo tan barato que resistimos lo que podemos. Finalmente caemos y compramos unos carteles litografiados de Mao arengando a las masas, con algún fallo de impresión, y unas ilustraciones mezcladas con caligrafía, muy chulas, para Toña y Enrique.
En taxi nos acercamos al Templo del Cielo en el parque Tiantan Gongyuan, en el sur de la ciudad. Es un templo circular, de unos cuarenta metros de alto, con triple tejado de tejas vidriadas azules sobre terrazas de mármol blanco (dibujo). Enfrente hay un mercado de ropa donde compramos unos pañuelos de seda para las abuelas. Pruebo la MilkBeer, que es una extraña leche fermentada con burbujas (increíble), un invento chino como los polos de guisantes.
Quedamos con Javi en la Torre del Tambor, justo al norte de la Ciudad Prohibida, que se usaba para congregar a los vecinos o avisar ante una emergencia (nuestros campanarios). En el Taxi nos damos cuenta que nos hemos dejado las compras de Panjiayuan donde hemos comido, lugar al que no sabemos ni ir, ni indicar en chino al taxista. Una mata que no echó.
Javi nos mete por callejones a una concentración de hutong muy arreglados, en plan parisino, convertidos en bares para turistas. Subimos a una casita de madera, hasta una terraza. Es como una casita de árbol. Allí nos esperan Jose, Sara y Maruchi, sentados en unos sofás. Sobre el lago hay lamparillas flotando. Es Beihai, donde estuvimos ayer.
Tiananmen. Comentamos que El Zócalo, en el DF, no es ni la mitad de esta plaza. Al sur y entre callejuelas, llegamos a una casa tradicional llena de fotos de famosos. Javi me señala al embajador español y a su jefe. Este pequeño antro es famoso por su pato pekinés. Es un pato lacado, asado al horno y hecho pequeños filetes, con la piel crujiente, que se mojan en una salsa oscura y picante. Se meten en una olea húmeda con pepino y cebolleta, y se pliega cuatro veces. Luego nos ponen los huesos al ajillo, para apurar. Entre todos, incluidos los primos de Zaragoza que van a bozal quitao, nos comemos cuatro patos.
Volvemos al lago de Beihai. Los cubatas tienen que ser con Fanta de naranja. Hunai me dice que se ha pasado al gin-tónic. Yo bebo la ginebra con Sprite. Aquí, junto al lago, se está en la gloria, refresca. Dibujo a la basca mientras hablan: Javi, Robert, de Zaragoza, que se ha comprado un sable de artes marciales que no sabe como pasará en la aduana, su primo también maño, la becaria francesa y su primo de visita, que se traga todos lo partidos de fútbol y me dice que ha muerto Gil de un derrame cerebral, y Elena.
Hoy tiramos el presupuesto. Los cubatas son carísimos y esta gente lleva un ritmo muy fuerte. Me río de la movida de Madrid, dice Javi. Hago cuentas, en realidad sólo hemos gastado 700 dólares, unos 539 euros en todo el viaje. Mañana ya nos vamos.
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