Mr. Jack no para de sonreír mientras conduce su furgoneta a toda velocidad a algún punto de la larga muralla de 10.000 Li no demasiado visitado. Es un tío majo que acaba de ganar 280 yuanes.
Es una muralla en varios sectores desde la frontera coreana hasta el desierto de Gobi. De ella sólo queda una tercera parte. Es muy larga, pero no hay ninguna razón para que pueda verse desde el espacio exterior.
Vemos los restos de Simanaien, en la comarca de Miyun. Cerca de Beijing, pero no tanto como para que vayan los turistas. Lo mejor es que no ha sido reconstruida para que se hagan fotos. Apenas si nos cruzamos con algún chino y algún vigilante que ve la tele en blanco y negro en las torretas de vigilancia, descalzos y tirados sobre el suelo.
Entramos por el puente colgante de un río y luego subimos unas empinadas escaleras que nos desfondan. Caminamos varios kilómetros sobre las losas de piedra que hay que abandonar en algunos tramos más deteriorados. Ya cansados, nos sentamos en el borde almenado y dibujo las maravillosas vistas: cadenas de montañas y una línea interminable de piedras en las crestas. La fortaleza infinita. La locura del poder.
Volvemos muy cansados. Beni se queda descansando y yo atravieso el puente colgante que, realmente, acojona. El otro lado está mucho mejor conservado; pero ya no tengo fuerzas para hacer demasiado trecho.
Un ciego toca una especie de banjo lo que parece un triste blues.
Llegamos exhaustos y hambrientos. Yack conoce esas caras y no retira su eterna sonrisa.
Ya en Beijing, invitamos a cenar a Javier y Maruchi. Deliciosas setas con pimientos picantes y cerdo con salsa dulce para hacer en traslúcidas empanadas. Frescas cervezas Hapi. Y la infalible dulce dulce camarera.
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