Comemos en un restaurante público con 23 camareras de uniforme. Nos toca la dulzura personificada, de piel blanquecina y gruesos labios. La comida muy bien. Con la sandía viene el recuerdo de las sandías de Padre Miguel, y luego de mi padre. Y yo aquí en China, siguiendo la tradición, le doy la primera rodaja a Beni y, luego, mi corazón.
Sondeando la colonia española en Beijing, veo dos sectores radicales. Uno ve a los chinos necios, de malos modales y cerdos. El otro como honrados y cándidos (se ponen nerviosos como los niños acorralados y te ayudan, si pueden, hasta el final). Son horteras, dicen, pero esa tradición de las artes de escribir o la jardinería (el amor al agua, las piedras...), la medicina natural, la orientación de las viviendas... son cosas serias.
Cenamos en la terraza del restaurante ruso Elephant. Sopa Solyanka y filete con puré de papas. En el Alpha hemos quedado con Sara, mánager del Jam Club. Nos pasa unas entradas para un concierto y nos presenta a un joven diseñador de ropa muy chula, la tradición llevada a la vanguardia. La ropa que lleva es la mejor muestra.
Quedamos anonadados con el espectáculo de los acróbatas. Niños que parecen muñecos capaces de todo. Ruedas metálicas que no paran, la cuerda floja hasta la máxima dificultad. Bicicletas sin manos, sin pies, boca abajo... hasta doce chicas en una bici que gira en el escenario. Contorsionismo, platos girando... una pasada. Pienso en esas infancias destruidas para llegar a hacer ésto. Como guiri, me sacan a hacer un poco el tonto entre número y número. Beni se parte de la risa.
Perfecta maquetación y contenido de la página de un gran libro de viajes. -con respeto- ¡Quién fuera Beni!
ResponderEliminarMuchas gracias Clara.
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