Por la tarde, visitamos el puerto sobre la arena de la barriada de Cabo de Gata, el pueblo más poblado del Parque, más de mil trescientos habitantes. Muchos barcos de pesca y la torre de San Miguel, del siglo XVII, reformada por Carlos III en el XVIII y cuartel de la guardia civil durante algún tiempo.
Se hace difícil andar con el viento. Me siento en el chiringuito Chiribús a tomar un café (Beni está leyendo en el coche). La camarera rusa, morenaza guapísima, habla con el jefe por el móvil. Fuerza ocho, demasiado viento para abrir esta noche. Dibujo los barcos y a la camarera recogiendo las mesas y las sillas. Es realmente hermoso y lánguido, como un tebeo de Federico del Barrio, estar aquí, contra el sol que cae, viendo tantos barcos y aperos sobre la arena y oyendo el trajín del bar. Como el final del verano.
Vamos a investigar sobre el hermoso cine de las salinas, que el otro día nos quedamos con. Hay un grupo de mujeres resguardadas en una de sus paredes de madera encalada.
- Buenas tardes, ¿saben dónde está la casa de recreo?
-¿La de los jefes? Es esa casa grande que hay detrás de la fábrica.
-¿Aquí se sigue sacando sal?
-Sí, y mucha gracias a Dios.
-Como no veo el montón que había antes…
-Es que la cargaron el otro día.
-Por aquí había un cine.
-Este es.
-¿Cuándo echaron la última película?
-Pues mi hijo mayor, que tiene cincuenta y cuatro años, lo vio funcionando, y el pequeño no. Unos treinta y tres o treinta y cuatro años. ¿Es que usted venía por aquí?
-A veces. Yo también podría haberlo visto en marcha. Muchas gracias señoras. Hasta luego.
Hago unas cuantas fotos. Imposible dibujar. Cuando arranco el coche, todas levantan la mano y la mueven como el rey. Yo también lo hago una vez metida la primera. Creo que ya tienen conversación para esta tarde.
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